Del eclecticismo
No sé en qué momento dejó de tener prestigio la normalidad
Hubo un tiempo, que yo he vivido y recuerdo, en el que se podía ser feliz y bondadoso, sin necesidad de saber lo que podía ... ser una hoja de cálculo, ni de sus funcionalidades. Hasta esa etapa de la vida, hablando de fútbol, jugaban Kempes y el Lobo Diarte, en la que asistir a Mestalla suponía una ligereza divertida para ver ganar al Valencia, y no una maratón de causas perdidas a la que se llega con cansancio, estimulada en la megafonía con sintaxis de máster de responsabilidad social corporativa. Los Museos eran Museos, los libros eran libros, los teatros y los cines eran lugares para ser felices, pocas cosas eran transversales, y como nada se exhibía, ser culto o dejar de serlo se distinguía por la mirada propia y los adjetivos que con la cultura, a uno le permitían asignar a la realidad. Para transversal, nadie nos lo tiene que enseñar, no hubo nada superior que las sesiones de reestreno del cine Lido o del Teatro de los Salesianos, devorando todo tipo de películas, vistas a trozos, que podrían conformar un grado universitario de eclecticismo, mezclando películas del destape y grandes producciones del cinemascope. Cuando alguien me habla de lo transversal, como si hubiera nacido hoy mismo, debe de ser algo parecido al plato de mar y montaña que suponía aquella pantalla con Alfredo Landa o Florinda Chico, y al rato la sierra de Almería con el Sergio Leone. Kempes con Carrete, en la misma alineación que Borges y Cortázar. A ver quien lo supera. No sé en qué momento dejó de tener prestigio la normalidad, y considerar que las cosas siempre debían tener una cara oculta de la luna, fue sinónimo de mayor inteligencia, como si pensar en términos de normalidad te convirtiera en un lelo, un pánfilo, un mameluco como nos reprendía don Eladio en los Salesianos. Me hizo mucho bien la lectura de Pla, y hasta de Josep Vicenç Foix, para reivindicar ese conservadurismo esencial en la protección de las cosas esenciales. Sin embargo, poner gestos de mohín al considerar la transición, o hacer caras de intelectual apesadumbrado, cuando se hablaba del consenso en Europa después del año 1945, tras la guerra mundial, parecía que te asignaba un plus de inteligencia. Si de repente uno consideraba que los arcanos eran valiosos, o que las piedras convenía no levantarlas por si salía el alacrán, o caminos secundarios, que eran secundarios, y no convenía transitar, y por eso muy bienvenidos para la estabilidad social, esto te convertía, y ahora ya nos ha convertido en reliquias del pasado. Un endemismo. Cuando lo gregario es precisamente es esa insistencia estéril en que las cosas tengan que ser diferentes a lo que siempre fueron, asignando un valor reverencial a la novedad. Cuando monten el campo de reeducación, que me reserven una plaza de profesor invitado del pasado.
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