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Lo que tendrían que montarse, de manera urgente, son Escuelas de Humildad, y de paso con contenidos de urbanidad y buenas maneras. El problema no ... es el tiempo que le dedicamos a las pantallas, ni la adicción en el uso del móvil, y ni siquiera que podamos tropezar en la acera por no estar atentos, o que dejemos de contemplar la belleza de las fachadas o de los atardeceres. El auténtico problema es que todo ello surge de la adicción a la vanidad, al cultivo y exhibición de la imagen, como si todo lo que hacemos tuviera alguna importancia. De lo que se trataría, al entrar en alguna nueva red social, es que alguien tuviera la sagacidad de recordarnos la importancia de una humildad preventiva. Recuerda que eres mortal. Recuerda que todo lo que fotografías o describes, estuvo ya y continuará así cuando ya no existas. Leí hace tiempo que en un curso de escritura creativa en Nueva York, una de las prácticas consistía en la visita a una librería de libros saldados, como ejemplo de que no todo siempre conduce al éxito. Sin embargo, todo lo que ahora se pretende edificar siempre sale bien, y conduce a la fama digital, sin la cual no eres nada, y para eso has de retransmitir los platos que has cocinado, el sitio en el que compras, que escribas esa historia inigualable. Existe un sector económico basado en el engaño de hacerte creer que todo el mundo puede crear, y hacer creer que hay talento donde no lo hay. Me da rabia que yo mismo, en algún momento, seguro que he cometido esos pecados. Bucea en tus recuerdos, nos piden las aplicaciones, y te imponen la imagen del pasado, cuando yo ya no quiero otra foto que no sea el recuerdo de los que ya no están. Llegará el momento en que ni podremos recordar a las personas, porque hemos subcontratado la memoria. De mis abuelos apenas tengo otra imagen que no sea la que convoco yo mismo para suplir la falta de papel. La fotografía se ha revelado banal, porque nada dice, y todo acaba en las mejores paellas, los mejores bocadillos, el ranquin de ensaladillas. La memoria conmemorativa de lo que nada significa, y ya es insoportable. Todos los días, cada día, uno tras otro, hace un año de algo, diez años en los que estábamos en otro sitio, veinte años y cincuenta, y hasta un siglo. Nos impusieron la imagen, mandan sobre las imágenes, y han conseguido que la imagen no signifique nada, salvo aquella que recuerdas, la que nadie te puede arrebatar. Yo la tengo bien presente, en el tercer día de la guerra de los 6 días, cuando Moshé Dayan tomó la ciudad vieja de Jerusalén, y las tropas llegaron hasta el Muro de las Lamentaciones. Era el 7 de junio, el día de mi cumpleaños.
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