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Resurrección

No somos mejores que quien creóesa sinfonía

Viernes, 7 de febrero 2025, 00:02

No hubo proclamas, aunque lo que había que sentir se sintió, y la emoción vencía la tentación de las apariencias. El texto del cuarto movimiento ... era sencillo, esencial. Y nos prometía la resurrección, y dejar de temblar, y prepararnos para vivir, y confiar que la muerte es la que será vencida. Fue un momento mágico, de esos tan intensos que es necesario retener en la memoria, y no caer en la tentación de arrebatar la belleza haciendo una fotografía en el móvil. Esas cosas antiguas que todavía mantenemos los nativos analógicos, cuando pretendemos vivir en primera persona la vida. Me vino la iluminación en el Concierto solidario de Gustavo Dudamel, con las Orquestas y el Cor de la Generalitat, que dieron una lección. Escuchando la Sinfonía nº 2 de Mahler, 'Resurrección', sentí de nuevo esa superioridad del pasado, que insiste en creer que Racine, Tolstoi o Balzac, el amor, el poder o la muerte ya han sido escritos, y hay cosas que no las hemos superado. Para haber pasado más de un siglo, no somos mejores que quien creó esa sinfonía, y nunca habrá gente capaz de sustituir el talento y la creatividad. Nos pensamos que tenemos los mejores instrumentos, y hasta la Inteligencia Artificial y las tabletas a nuestro servicio, y sin embargo no hay emoción como esa que ya fue creada. Somos hipócritas que nos llenamos la boca con la conciliación, con considerar que el trabajo debe ser un instrumento en función de la vida, y puede que nunca en la historia de la humanidad hayamos trabajado antes, atendido tantas conversaciones, total para haber sido incapaces de crear en libertad lo que antes era moneda corriente. Este es un mundo en el que no solo hay que trabajar, sino que hay que destinar un par de jornadas de trabajo adicionales para despejar y regatear los residuos de la banalidad, las gestiones, lo que no resulta nutritivo. Uno siente que nada de lo que escribirá será capaz de alcanzar tal nivel de sentimiento como el que ya se creó en el pasado, y que lo único que hacemos es intentar variaciones sobre lo que otros ya consiguieron. En la resurrección también aparecía el peso poderoso de esos colosos del pasado, que nos hacen sentir enanos e insignificantes. Veías a Dudamel con la sinfonía en su cabeza, de memoria, hasta cualquier detalle, y escribir esta pequeña columna, mediocre, o pensar en cómo un jugador de fútbol vegeta y disimula por la banda, te hace reflexionar sobre el talento, que deberíamos reconocer y agradecer más. No todo vale. «Lo que ha germinado debe perecer! ¡Lo que ha perecido resucitar!».

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