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A veces, y puede que sea una estupidez personal, lo que sucede en la plaza pública se asemeja a la meteorología. De seguir con cierta ... atención la actualidad, el mejor refugio que se puede encontrar es el pasado. Porque en el futuro se atisban nubarrones, malas previsiones, de esas que a uno le hacen pensar que casi la totalidad de los acontecimientos que pueden pasar nos los podríamos ahorrar con una discreta combinación de discreción, serenidad, y buenos modales. Puede que todo traiga causa, también, del exceso de información. Queremos saber causas y motivos para lo que mañana ya no será ni noticia. Me estrené como espectador infantil con la información del tiempo de Mariano Medina, con sus gafitas de profesor, pero ahora mismo, la información del tiempo dura casi como una prórroga de fútbol, con datos de todo tipo, el estado de la mar, las precipitaciones, el agua embalsada, la nieve, el juego entre las posibilidades y las probabilidades que luego no responden la pregunta esencial. En el móvil sabemos la previsión en siete días, y sin embargo no hay ninguna aplicación -de momento- que resuelva las dos incógnitas esenciales: cambiar la ropa del armario, y saber cómo se tiene que vestir uno al día siguiente. Tanta información para nada. Para acabar pasando frío excesivo a primera hora y asarse a mediodía. Para vestirte a las ocho como turista en Andorra, y acumular prendas inútiles a la hora del ángelus. Siguiendo la hemeroteca de los años 50 del pasado, en Jornada, no detecto mapas de isobaras ni nada similar. Todos los días aparecía un dibujo con la previsión: «¿Qué tiempo hará mañana? Atención al pronóstico del sabio Pelhana». Con un dibujo de Milo de un mago y un incono con la predicción cambiante. Ahora mismo desconozco quien era el tal sabio Pelhana, pero acabaré por enterarme. Me imagino que sería de la familia profesional de los que confeccionaban el horóscopo. Hoy en día la previsión de AEMET tiene valor reverencial, o incluso judicial. En los días que recorro aparece un inequívoco «Sol de Valencia», un prudente «Ni fu ni fa». Una advertencia de «Nubes», con la S final asemejando un rayo. En el fondo, tampoco era necesario más. Y hasta pensando en la similitud entre la política y la meteorología, para analizar el pronóstico electoral, o del futuro que nos espera, por mucha información que acumules, sesudos libros, encuestas o demoscopia, y supuesta inteligencia que le incorpores, todo se reduce siempre a lo mismo. Alguien me recomienda un libro de Enrique Baca, 'La construcción del enemigo. Identidad, alteridad y su eliminación'. Igual me lo salto. ¿Qué tiempo hará mañana? Sol de Valencia, nubes, lluvia, o un impagable ni fu ni fa.
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