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Cuando en Valencia se tuvo noticia de la muerte de Blasco Ibáñez, en plena dictadura de Primo de Rivera, se organizó un cortejo silencioso, medio ... pactado con el gobernador civil, entre la redacción de El Pueblo y la sede la Editorial Prometeo, para presentar sus respetos en la Gran Vía de Germanías. Se soltaron palomas en homenaje al Maestro. La Gran Vía, en 1928 acababa donde ahora acaba, y una pasarela peatonal permitía sortear las vías y acceder a la de Ramón y Cajal y Fernando el Católico. El sueño de una ciudad de bulevares moría en una playa de vías. El sonido de los trenes se escuchaba en la calle Filipinas, en Pintor Gisbert, en las Carreras de Malilla y la de Sant Lluís. La solución posterior fue el túnel subterráneo, que tardó tanto tiempo en ser realidad, y habilitó chistes de la población, sobre uno que se burlaba de opositar cuando era más rentable haber encontrado trabajo en las obras del túnel. En 1958, Alejandro Monerris, el corresponsal de PUEBLO en Valencia, publicó una serie de artículos sobre «La gran batalla del Turia», sobre las perspectivas urbanas de la ciudad, y el primero de ellos planteaba que los ferrocarriles y los accesos se habían convertido en la «segunda muralla» de la ciudad. Reproducía la broma de que la gente llamara al paseo de Valencia al Mar, «el paseo de Valencia al muro», por el muro de la Estación de Aragón. «El día que Valencia rompa el dogal ferroviario que la estrangula -y a ello se va, como veremos más adelante- será tan memorable para ella como aquel otro en que fueron derruidas las murallas de la Edad Media». A ello se va, preveía Monerris, pero no quedó clara la fecha. De la muerte de Blasco pronto hará casi un siglo. De la perspectiva de Monerris, 66 años. El gran dogal continúa intacto en esa parte de la ciudad, y yo solo me acuerdo de que hay veces que tan importantes son las cosas, como el tiempo en que hacer las cosas, y de todas las personas y generaciones, que como dice la liturgia de la misa, murieron en la esperanza de la resurrección, y se creyeron el soterramiento de las vías, y les pareció espantoso el puente hacia Giorgeta, y puede que compraran una vivienda pensando que aquello era inminente, y tuvieron hijos, y luego nietos. No sé cuántos presidentes y ministros de Fomento, alcaldes y alcaldesas, y presidentes de la Generalitat, se han sucedido desde entonces. Se nos ha pasado la vida. Leyendo literatura de folleto de inmobiliaria, estuve a punto de picar en 1991, y ahora estaría maldiciendo el retraso. Que se acerque el centenario de la muerte de Blasco es una curiosidad. Un siglo no es nada para la historia de una ciudad, pero es la única vida en la biografía de las personas.
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