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El tiempo de los trayectos también condiciona la intensidad y la naturaleza del afecto. En mi adolescencia el viaje clásico en los Salesianos celebrando algún ... final de etapa, era a Barcelona. El colegio de Horta, la visita a los Hogares Mundet, lo del Tibidabo, y al zoo a ver a Copito de Nieve. Desde la Valencia que aspiraba a resolver el trauma de ser la ciudad fluvial sin río, entrar a un Drugstore era lo más parecido a hacer una visita de bulevar a una capital europea. Aun recuerdo que nos colamos, falsificando la edad, para ver El último tango en París. Sin embargo, es cierto que siendo aproximadamente los mismos kilómetros, la historia, las percepciones, la transición, la alta velocidad, o vaya usted a saber qué, han hecho que Barcelona, y todo lo que representa se encuentren casi al doble que Madrid. Como viajas en tren, en ese trayecto desde la ventanilla, el paisaje es, en esencia, el mismo paisaje mediterráneo, las mismas cañas, la sucesión de pinos y cipreses. No hay ningún cambio esencial. Y sin embargo todo parece que ha confluido en la separación, incluso teniendo en cuenta paternalismos de unos y cierta bobería de sucursal a la que otros aspiran. La duración del trayecto es una invitación a vivir de espaldas, a considerar que no nos conviene ninguna estrategia conjunta. Una disposición a la lejanía, que es todo lo contrario a una posición inteligente. Porque eso convierte aquello en lejano, y lo nuestro en lejano. Escuchaba el martes en Barcelona, a una persona muy relevante en el sector editorial, un elogio de nuestra ciudad, y de sus transformaciones, y un lamento sincero por esa lejanía, que era distancia del Centro de Arte Hortensia Herrero, y de tantas otras iniciativas que puede se posterguen por la distancia. Puestos a una balanza, cuando ya no se miden cantidades, sino calidad, la situación nos ha puesto en ciertas ventajas, que serían mucho más notorias si tuviéramos resueltas las inconveniencias, que tienen que ver con el trayecto. Me perdonarán por el patriotismo local, pero después de haber estado en los últimos tiempos un par de veces en Barcelona, contrasto que Valencia, en comparación con Barcelona, es una ciudad mucho más amable, mucho más equilibrada. Si me lo permiten, es mucho más bella de lo que se le supone. Ya quisiera Barcelona el trayecto del cauce, los atardeceres en la Ciudad de las Ciencias, y esa perspectiva inigualable en el horizonte. Reducir la distancia sería hoy, una invitación a ver que somos mejores de lo que nos pensamos. Y conviene que se compruebe y se sepa.
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