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Me presento para el suspenso. Aún no han empezado y ya estoy agotado de lo que suponen, ya que han acabado siendo un examen, un ... litigio sobre si has aprovechado el tiempo, y si has estado a la altura de lo que se esperaba de ti. Nunca fuimos ilustres veraneantes, y las redacciones al volver al colegio, sobre cómo habían sido las vacaciones, transitaban siempre el terreno de la ficción más o menos edulcorada. Diversas variaciones sobre la piscina del Club Natación Don Bosco y aquel bocadillo de tortilla de patatas, las noches del Trofeo Valencia Naranja, la competición con las moscas y la ayuda del repelente Autan. Siempre era de agradecer contar con alguna asignatura en la convocatoria de septiembre, como una forma de pasar el agosto. Continúa fascinándome el espectáculo de nuestra exhibición de la felicidad. Las fotos posando, las cenas de inicio del verano, la gente que recibe, la aspiración a la celebridad. Acreditar con la imagen lo bien que lo estás pasando, lo feliz que eres, lo bien que comes, y la cantidad de amigos que tienes a tu lado. Como puede que haya escrito alguna otra vez, plagiándome a mi mismo, no tengo una relación cordial con las vacaciones. Me molesta ese paréntesis de la normalidad, esa pretendida ilusión de descanso, que al final no acaba cumpliéndose, y que acaba traduciéndose en presión para pasarlo bien, olvido de contraseñas, y expectativas insatisfechas. Las vacaciones son a veces mucho más costosas y con más estrés que el trabajo de cada día. No es que sea un adicto, pero reconozco que me gusta trabajar, la rutina que rige tu vida, la disciplina y la tranquilidad que proporciona.
En el extremo opuesto estaría no hacer nada. Pero ese estadio medio de lo que está vacante, a mitad de camino entre la obligación y la vagancia, no es ni una cosa ni otra. Preferiría mucho más esa jornada a la que le has arrebatado el reprise y se convierte en lenta y despreocupada. Tampoco se trata de reivindicar aquel texto utópico de Paul Lafargue, 'El derecho a la pereza'. Convendría, quizá, proclamar con honestidad y salir del armario con el derecho a aburrirse, a no estrenar bañadores ni bermudas, que total no vale la pena, a que se reconozca nuestra fobia a la vacancia como un trastorno que hay que atender, pero que no es una enfermedad. Los términos medios siempre suelen ser buenos.
En este tiempo de vacaciones vale la pena una cierta morosidad, reflexionar en lo que hay que hacer, buenos libros, las bibliotecas y la cultura. Entre el trabajo y el descanso la cultura consigue ese equilibrio necesario que no hace falta exhibir.
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