Urgente Programa de Fallas en Valencia del miércoles 19 de marzo: llega la Cabalgata del Foc y la Cremà

En esta Navidad de fronteras, aislamientos y videoconferencias, nada es lo que era. Por cambiar, han cambiado hasta los juguetes: a Nancy le han puesto una mascarilla. Amárrame esos pavos. Si tuviera seis años no querría que me regalaran una muñeca con mascarilla. Ni sin. Preferiría un microscopio, un juego de química, una caja de lápices de colores o un libro.

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A las muñecas, pobres, les cortaba el pelo, les pintarrajeaba la cara, las desmembraba y las dejaba tiradas en mi habitación, comportamientos que, en una película de sábado por la tarde, serían signos evidentes de la psicopatía de la protagonista. En mi caso, tan solo eran síntomas de que no me gustaban las muñecas. Y de que era una niña repipi.

Pero todas las niñas no son iguales: paseando por un parque berlinés, Kafka se encontró con una cría que lloraba porque había perdido su muñeca. Para consolarla, Kafka le dijo que la muñeca se había ido de viaje, y que él tenía en casa un carta suya. Le prometió que se la llevaría a la mañana siguiente. Esa noche, Kafka escribió la carta, algo que hizo cada día durante tres semanas hasta que la niña se consoló pensando que su muñeca llevaba una vida fabulosa, viajando por el mundo y viviendo mil peripecias. Posiblemente, la misma vida que hubiese querido llevar esa niña cuando fuera mayor, la que quería llevar yo a su edad.

Después, por pereza o por temor, aprendimos a conformarnos con que nuestra mayor aventura consistiera en comernos una ensaladilla en verano sin pillar una salmonella. Hasta que llegó 2020, el año que vivimos peligrosamente: ahora, visto lo visto y sufrido lo sufrido, lo arriesgado es hacer planes para 2021. A los Reyes Magos da más miedo pedirles una agenda que una muñeca.

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