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Los pactos en este país parecen muros infranqueables. Es imposible lograrlos entre contrarios y, lamentablemente, son agónicos entre afines. Si se desangran entre ellos por ... estar en las listas, ¿cómo podemos aspirar a que sean generosos a la hora de dejar gobernar a contrarios cuando han sido elegidos por la mayoría? Incluso, yendo más allá: ¿cómo podemos aspirar a lograr pactos de estado o autonómicos en materias como la sanidad, educación, servicios sociales... si no ceden ni en su propia casa cuando hay sueldos y cuota de poder en juego? De forma cíclica, la clase política de este país suele estar más preocupada en afilar cuchillos que en engrandecer los valores que tiene cada partido. Esos principios básicos que deben caracterizar a cualquier organización y que hablan de generosidad y de colectividad, que es lo más importante: saber cuándo dejas de sumar, de aportar, y debes dar un paso atrás pensando en el interés general. Lo preocupante es que, en muchos casos, lo que les importa no es para qué están ahí, sino por qué. Y la respuesta es que se trata de su medio de vida: el que les garantiza su subsistencia y unas seductoras cuotas de poder. Por eso, que las navajas estén escondidas en el cajón cuando todo va bien, no quiere decir que no existan. Al contrario. Cuando alguien la tiene es con el objetivo de utilizarla cuando sea necesario. Y eso es lo que está ocurriendo desde el terremoto electoral del 28 de mayo en la izquierda en general y, en la valenciana, en particular. Y está ocurriendo, además, de forma acelerada.
La patada al avispero que dio Pedro Sánchez el día después de la debacle puso muy nerviosos a los suyos -que ya lo estaban por los resultados- y a sus socios del gobierno. Y, de paso, convulsionó el resto del tablero político. No en vano, cuando uno actúa como un kamikaze es lógico que genere desasosiego (si no pánico) entre quienes le rodean. Nunca se sabe por dónde puede salir; aunque sí se sabe que tenerle cerca puede acarrear consecuencias. De hecho, en el caso del presidente hemos visto: una, que te puede utilizar y después dejarte caer -como un kleenex, dijo el presidente del PNV, Andoni Ortuzar-; dos, te puede abrazar con tanto ahínco -como un oso- que te acabe sometiendo y asfixiando -quizá José Luis Ábalos o Carmen Calvo sepan algo de ello, aunque lo disimulen-, y tres, te puede llevar hasta el abismo y, una vez allí, susurrarte al oído con una sonrisa: «me salvo yo o nos vamos todos por el barranco».
El adelanto electoral fue una decisión extrema -muy a lo Maquiavelo: «es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse»- que cogió a muchos de sus barones buscando las navajas en el cajón tras ver cómo, en buena parte por culpa de Sánchez, se dilapidaba el poder de la izquierda en España. Navajas que, si no atajaba el motín, hubiesen aparecido en el partido en meses. Con su decisión, ha aplazado teóricamente el drama, aunque no ha podido impedir que se empiece a avistar en el horizonte. Está pasando ya en muchas agrupaciones. Entre ellas, en el PSPV, donde Ximo Puig se ha encontrado cómo comienzan a plantarle cara compañeros poco fieles a la causa 'ximista'. Lo vimos ayer mismo. Algo, hace unos meses, impensable porque, le pasó a Carlos Bielsa, quien se movía dejaba de salir en la foto.
Esas batallas dormidas en el subsuelo del socialismo valenciano, frenadas porque la cuota de poder que manejaban les permitía una vida relajada, ahora afloran sin tapujos y prometen abrir un tiempo de navajazos descarnados si el 23J se confirma el fin de ciclo. Una contienda en la que unos se postularán ansiosos para protagonizar el nuevo futuro del PSPV -Bielsa, José Antonio Sagredo, Alejandro Soler, quién sabe si Ábalos...- y otros, querrán formar parte del relevo de Puig bajo su tutela, si es que finalmente opta por marcharse -Arcadi España, Rebeca Torró, ¿Pilar Bernabé?-. De momento, hemos asistido a escaramuzas para meter mano en las listas a las Cortes y al Senado. Todo suave y conteniendo la respiración. Pero es sólo el inicio. Veremos hasta dónde llega la sangría tras las elecciones e, incluso, si el propio Puig se contenta con quedarse como senador territorial o -aunque puede parecer increíble- tontea con ganar influencia a nivel nacional, renacido bajo la piel de uno de los barones víctima de Sánchez que contuvo el temple hasta el final.
En cualquier caso, la primera consecuencia de la decisión de adelantar las elecciones ya está servida. La segunda, tiene también calado. Porque el órdago ha acelerado la destrucción de la izquierda por la izquierda. Llevar al límite los garrotazos para crear esa confluencia llamada Sumar ha sido sonrojante; especialmente cuando se hartan de hablar de compañeros y compañeras. Al final, se ha cerrado dicha coalición con la sensación de que todo es una pantomima. Más que sumar, se autodestruyen y el daño que se han hecho es irreversible.
Una tercera derivada del 'todo o nada' de Sánchez es que Ciudadanos se ha ido de forma acelerada al rincón de la extinción, para desintegrarse en soledad. Y otra, que al PP, excesivamente pletórico, le ha cogido el adelanto electoral con el mapa de pactos por cerrar. Hecho que el PSOE quiere utilizar como arma arrojadiza contra Núñez Feijóo durante la campaña, sabiendo la dependencia que pueden llegar a tener de Vox. De hecho, a Carlos Mazón le toca batallar con ahínco para lograr que los de Santiago Abascal le permitan gobernar a cambio de darles un protagonismo controlado dentro y/o fuera del Consell. El líder del PPCV debe resolver, raudo, el entuerto para alejarlo de la contienda del 23J. Las cosas las tiene claras; falta ver, eso sí, hasta qué punto Vox quiere jugar.
Es domingo, 11 de junio. Pactar se convierte en quimera cuando importa más el ombligo que el corazón.
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