Directo La mascletà de hoy, en directo: dispara Pirotecnia Crespo

Una de las claves del proceso suicida español es la sustracción a la ciudadanía del conocimiento de su historia. Durante este proceso, pilotado desde hace ... muchas décadas por los regionalismos devenidos en soberanismos, se han obviado convenientemente los acontecimientos que conectan a los territorios peninsulares entre sí. Así, por ejemplo, un estudiante de secundaria valenciano jamás aprenderá que el rey aragonés Jaime I fue quien tomó para su yerno, el castellano Alfonso X el Sabio, la taifa musulmana de Murcia; que quien legitimó teológica y jurídicamente al reino de Castilla para conquistar América a finales del siglo XV fue un valenciano, el Papa Alejandro VI; o que el último confesor de Juana I de Castilla fue el jesuita gandiense San Francisco de Borja. Y de entre todos esos tantos conocimientos hurtados que ayudarían a vertebrar la idea de España en las mentes de los ciudadanos existe uno que podría relacionar la entrega de Pamplona a los filoetarras de EH-Bildu la semana pasada con los valencianos y el resto de los españoles jaiminos. Pocos saben en estos tiempos de ignorancia punible que fue Fernando II de Aragón, más conocido como El Católico, el que frustró las aspiraciones francesas sobre el Reino de Navarra gracias a la incorporación preventiva del viejo territorio a la Castilla del que era regente. Porque, aunque pueda parecer lo contrario, no están tan lejanos los orígenes de los reinos de Pamplona y Aragón. Incluso algunos han afirmado imprecisamente que el segundo fue producto de un desgajamiento del primero. Es más, en los tiempos lejanos y brumosos del Medievo confluyeron idiomáticamente en el navarroaragonés, lengua de uso superior al de un cierto eusquera nítido en aquella zona del norte peninsular que comprendía la Vasconia romana. Mucho después llegaría la mixtificación-invención-manipulación de Sabino Arana de los orígenes eusquéricos refractarios a la hispanidad y la idea de la unión de las «siete provincias vascas», incluida Navarra, en una entidad territorial llamada Euskal-Herria de la que los países catalanes son deudores. Identidad creada por el carlismo ultramontano contra el régimen liberal y «apóstata» español representado por la Corona en el XIX. Un siglo y medio después, el carácter violento, iliberal y supremacista del nacionalismo vasco expansivo sigue impertérrito, aunque ahora muchos de sus militantes lleven unas horribles argollas guindando de las orejas y el flequillo cortado con un destral mellado. Euzkadi, Euskal-Herria y el euskera batúa nacen no sólo contra la unidad nacional, sino también contra la libertad y el carácter singular navarro.

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