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Ahora, cuando miro la Albufera, me sorprenden sentimientos nuevos que no esperaba tener, más allá de los lógicos y habituales que podemos sentir cualquier de ... nosotros al observar uno de los lugares más hermosos de la tierra.
Pero ahora, tras la Gran Riada, confieso que ya no la veo como la veía antes. Algo ha cambiado. El zoom se ha ampliado y ya no es igual que antes, es como si se hubiera hecho un poco más mayor. Decía Txema Rodríguez en la contraportada de LAS PROVINCIAS hace unos días que la riada nos ha robado algo de inocencia a los valencianos. Y coincido con él. Antes respetaba y admiraba la Albufera, ahora además siento un profundo agradecimiento por el papel de protección y salvaguarda que jugó aquellas terribles horas.
Confieso de antemano mi predilección por la Albufera. Como para cualquier valenciano, para mi es casa y es refugio. Un lugar único para perderse. Sus miradores son parada obligada, como visitar sus puertos, seguir la vela latina (con el maestro Juan Andreu navegando), las golas, almorzar en el Palmar, seguir a los flamencos o a las acequias viendo crecer los arrozales. La Albufera es nuestro mejor tesoro, que tenemos a un tiro de piedra, que hasta hace bien poco sólo disfrutábamos nosotros y que, de un tiempo a esta parte, es parada inexcusable para los miles de turistas que llegan a nuestra ciudad y que se asombran de su belleza.
Por su diversidad, por su ubicación, por su proximidad a una gran capital como es Valencia -algo que no pasa en casi ningún lugar del mundo- por su riqueza, pero también por sus matices, por mil motivos, La Albufera es uno de esos rincones del mundo que merecen ser vistos al menos una vez en la vida. Es tradición y cultura. También el mejor sitio para conectar con la naturaleza entre arrozales y caminos donde encontrar lo que es de verdad auténtico. Hasta ahora pensaba que la conocía bien, que reconocía sus caras, sus matices, sus colores y hasta gracias a ella podía aventurar si el mar estaba bravo o no.
Pero tras la riada, la realidad ha cambiado. La Albufera desempeñó un papel crucial aquellos días que resultaron claves. La Albufera, en parte, nos salvó. Fue como un gigantesco reservorio natural actuando como un amortiguador de las intensas lluvias y de la fuerte barrancada absorbiendo buena parte de esa gran cantidad de agua, evitando y amortiguando sus terribles efectos. La Albufera asumió un papel de protección estratégica inédito en décadas.
Aciertan las administraciones local, autonómica y central, los colectivos implicados y también LAS PROVINCIAS en poner el foco de nuevo en las necesidades reales de la Albufera y en sus necesidades reales. Sólo con el acuerdo y la voluntad de las personas se podrán activar medidas que permitan seguir potenciando la restauración y conservación del humedal, asegurando su capacidad de regulación hídrica y fortaleciendo las infraestructuras de protección contra inundaciones, coordinando esfuerzos para preservar este valioso entorno no sólo para nosotros, sino para futuras generaciones. ¿No les parece?
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