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Confieso que uno de mis divertimentos favoritos es observar las diferentes formas de aplaudir que solemos mostrar en público. Son muchas y diversas. Ostentosas o ... discretas, su duración, ritmo y cadencia complementan su significado. Se podría construir toda una teoría psicológica del aplauso, del movimiento corporal que acompaña y del lenguaje no verbal que se transmite gracias a esta actividad gesticular tan común.
Aplausos para celebrar con alegría y jolgorio -si las cosas vienen bien dadas- no hay nada más visceral, espontáneo y puro que la celebración de las victorias deportivas. Existen otras -más diversas, exageradas y calculadas- que se asocian más a los políticos que si lo practican lo emplean indistintamente: siempre y en cualquier circunstancia que su líder hable. Da igual lo que diga. Y en esta categoría, en mi top se sitúa, con mucha ventaja frente al resto, la ministra Maria Jesús Montero.
Aunque su trabajo son cosas tan serias como gestionar los dineros del gobierno sin presupuestos de Pedro Sánchez y de no resolver todavía la infrafinanciación de los valencianos (aprovecho) en esto de las celebraciones públicas conviene tenerla en tu bando. Es muy 'hooligan'.
Gracias a ella he alcanzado el clímax de la observación. El lunes -sin ir más lejos- mientras hacía su entrada Pedro Sánchez a la reunión del PSOE tras el batacazo de las europeas, Montero le seguía con paso firme liderando en fila india lo que se llama una clac en movimiento, creando así un ambiente algo más positivo a su paso. La ministra aplaudía sin parar con su particular manera de hacerlo. Y es que tiene un dedo meñique algo rebelde que se le pone como muy tieso y se muestra abiertamente independiente del resto. Puede que sea una lesión mal curada pero que ese dedo vaya como a su aire le confiere un aplauso especial.
Es en el Parlamento donde Montero parece encontrarse más cómoda. Ella marca la tendencia del resto del grupo socialista: si Montero aplaude, se enfada o gesticula criticando a la oposición pues los demás también. El teatro de la política tiene en los gestos su mejor lenguaje. Los aplausos nunca vienen sólos, hay quienes aprovechan para gritar o sisear algo al vecino.
Algo así debió pasar el otro día cuando un indiscreto micrófono captó junto al presidente una voz muy femenina que mandaba «a la mierda» a los del PP. Confieso que se lo atribuí a Montero, pero hice mal porque en verdad quien lo hizo fue Yolanda Diaz que, aunque tiene tono de voz, maneras y armario de niña bien, debía estar barruntando ya entonces el fracaso de Sumar en las elecciones europeas. La hoy dimitida lideresa sabe que sólo es cuestión de tiempo que salte también de la Moncloa porque, como decía mi padre, «las cosas que no pueden ser no pueden ser y además son imposibles». Diaz debió primero salir del gobierno y luego dedicarse a reflotar Sumar (aquí Montero está aplaudiendo) como una militante de base más. ¿No les parece?
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