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En la carrera de Periodismo la economía que te enseñaban se estudiaba con «el Samuelson». Un libro de tapas oscuras, tamaño y peso considerable, que ... era una de esas bestias negras de quienes, como yo, vivimos atrapados por el mundo de las letras y que sufríamos considerablemente cuando nos obligaban a aparcarlas y cambiar la mirada hacia el universo de las cifras. Entonces, unos pocos números no nos plantaban mucha cara, pero no renunciábamos a nuestros principios románticos si nos daban a elegir entre un excel y un word. Como ahora, la elección estaba clara. En ese mundo universitario -no tan lejano como el paleolítico superior- también echaban mano de Ramón Tamames y de su mítico libro sobre la estructura económica en España porque claro, además de todas las cosas de ahora, Tamames era ya entonces catedrático.
Y en ocasiones, me acuerdo de los desequilibrios inevitables que defendía Paul Samuelson cuando escucho a Christine Lagarde -presidenta del Banco Central Europeo- decir que conviene seguir subiendo los tipos de interés porque hay que frenar la inflación. Me pregunto si para el contexto económico actual -sin precedentes similares- seguir apretando las maltrechas economías familiares con hipotecas cada vez más caras es la mejor solución. Antes del mes de junio, unos cuatro millones de hogares en España van a ver revisadas al alza sus cuotas hipotecarias, esto es, más leña al mono de los gastos que, de manera imparable, no paran de subir.
Confieso que echo de menos a Mario Draghi y aquellos tiempos donde todo era estabilidad, monotonía porque los bancos ganaban menos dinero. Ahora estamos como en la antesala de lo que pasa ahora en Portugal -con los tipos disparados- y viviendo un peligroso 'déja vu' de lo que era aquella España en blanco y negro del Banco Central de Mariano Rubio. La antesala de una pesadilla. Me pregunto si desde Samuelson hasta ahora nadie ha pergeñado -como decía mi admirado Vicente Dómine- otra fórmula más ajustada a lo que estamos viviendo ahora que nos permita recorrer, de un modo más ligero, el largo trecho que nos queda hasta lograr torcer la inflación del 9 al 2, como quiere Lagarde.
Hasta el momento el foco se ha puesto sobre el precio de la cesta de la compra pero, en la práctica y por comparación, la hipoteca pesa de igual manera en las economías domésticas. O más. No hay nada más democrático y seguro que una hipoteca: la hemos tenido, la tenemos o la tendremos. No se si logrando una excepción ibérica -aqui si, Portugal sería aliada- o mediante una amnistía para pasar a fijo las antiguas hipotecas porque las nuevas ya saben a qué atenerse. Pero algo hay que hacer.
Veremos. Porque aunque se empeñen en explicarlo, al final, todo suena a lo mismo y , a diferencia de las letras, las cifras son así de desleales: una misma cosa es susceptible de ser interpretada de una manera y de la contraria, para acabar no significando nada. Ante tan aterradora evidencia, no hay nada mejor que leer o dejarse atrapar por el séptimo arte. Nunca fallan.
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