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Este año 2023 acaba con un cambio sustancial que no había experimentado hasta la fecha. El discurso del Rey sólo tuvo un titular. Gustó a ... unos y disgustó a otros como siempre, pero por primera vez, no hubo duda de lo que el Rey pretendía con sus palabras. Sigo sus discursos de Nochebuena desde siempre -acumulo ya unos cuantos en mis espaldas- y por primera vez quedó meridianamente claro lo que pretendía decir y la intención que perseguían todas y cada una de sus palabras. Defendió la Constitución Española con rotundidad en su peor momento. Una defensa clara y diáfana que no se había producido con tanta claridad en anteriores discursos donde había tantos titulares como párrafos contenía el discurso. Cualquiera de los anteriores -por las generalidades y hechos comunes aludidos- podía servir para ser dichos en España pero también en cualquier otro punto geográfico como, por ejemplo, Sebastopol.
En casa ver el discurso del Rey forma parte de esas costumbres y hábitos heredados que vienen como los equipamientos de serie en los coches. Te los llevas puestos sin preguntar. Es algo totalmente irracional. Como hervir los garbanzos y el repollo aparte cuando preparas el cocido madrileño, beber dos vasos de agua nada más despertarte o llamar aperturizador -palabra que todavía no existe pero que confío que la RAE incorpore pronto y le dote por fin del reconocimiento que merece- al abridor con el que mi padre abría las botellas. Pues igual. Cuando suena el himno nacional se hace el único silencio que reinará en medio del caos de una Nochebuena propia de una familia ruidosa al mogollón. Ese es el momento en el que todos paramos y encontramos un sitio donde sentarnos para escuchar. Como decía, el silencio se impone por un momento de forma casi milagrosa y hasta los más pequeños callan mientras el cacharreo de la cocina enmudece.
Y de manera inexorable al acabar, cada año, nos mirábamos todos como las vacas al tren para empezar un absurdo debate sobre las auténticas intenciones ocultas -que solían despejarse en alguna foto del decorado real- que perseguían las palabras empleadas que en conjunto sonaban bonitas pero que, decir decir, no parecían contar gran cosa. Para uno podía significar la defensa del feminismo o la lucha contra la pobreza. Palabras para contentar a todos.
Por una vez, Felipe VI se ha salido de los límites acostumbrados y ha dado un paso más allá en el día en el que tradicionalmente la Casa Real nunca solía decir nada. Ha sido un cambio pequeño, casi imperceptible, pero claramente ha sido un año diferente que hemos leído todos incluidos los de Carles Puigdemont. Un discurso diferente que seguro recordaremos porque marca un punto de inflexión significativo que parece querer acompañar y guiar el delicado momento que atravesamos como país. A la espera de lo que nos tenga reservado el próximo año les deseo unas felices fiestas y todo lo mejor para 2024. ¿No les parece?
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