Duele Valencia
Lo de menos es cómo lo bauticen, pero todo parece indicar que la generación de valencianos de 2024, los que hemos tenido la desgracia de ... vivir este inédito tsunami de la tierra hacia el mar (porque fue más que una DANA), ya tenemos nuestro propio Plan Sur. Aquel que tuvieron nuestros antepasados para hacer frente a la riada de 1957.
Las cuentas las tiene claras el Gobierno de Mazón que el lunes cifraba las necesidades de inversión en más de 30.000 millones y anunciaba los primeros 200 de ayudas directas a los afectados. Pocas horas después Pedro Sánchez anunciaba que el Consejo de Ministros ponía en marcha la Reconstrucción de la Comunidad Valenciana y confirmó inversiones directas por valor de 10.600 millones y sólo en una primera fase.
Una lluvia de millones urgentes. Imprescindibles. Lo importante es ponerlos en marcha cuanto antes, sin chocar con la aparatosa administración y los interminables trámites. Hay que hacerlo fácil e invertir bien. Mejor hoy que mañana hay que hacerlos llegar a los afectados para que esta tierra se ponga en pie y pueda salir adelante. Llega la hora de las inversiones pendientes.
Nuestra Comunidad siempre ha sido una región cómoda vista desde Madrid. Siempre reivindicamos, pero nos conformamos. Siempre somos leales con España a la que, naturalmente, ofrendamos glorias. Hemos sido siempre comprensivos y capaces de convivir con esta realidad poliédrica de país donde las desigualdades y los dineros se reparten tradicionalmente hacia otras comunidades que no son la nuestra. Pese a ser el 10 por ciento de la población sumamos muchos años -décadas- de inversiones sin hacer, de promesas incumplidas (como el encauzamiento del barranco del Poyo que se anunció en 2004). Cuesta demasiado que se invierta en esta tierra. Desde siempre.
Resulta imposible transformar con palabras certeras la profunda herida que supura desde el corazón de esta tierra que será cicatriz perpetua por generaciones y para la historia. Duele. Cuesta salir del estado de shock postraumático colectivo que es transversal, que se siente en todas las miradas y se respira en cada aliento.
Estas circunstancias siempre sacan lo mejor de las personas (también lo peor). Pero me quedo con lo bueno: la solidaridad incansable de la gente normal de la calle. El trabajo entregado de los servidores públicos y las administraciones que se han volcado en sostener el sistema en una situación límite con mucha presión. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado salvando vidas. Los periodistas de todos los medios informando -como todo el equipo de LAS PROVINCIAS día y noche volcados en dar informaciones veraces- que han sido el mejor referente frente a los bulos. ¡Es la hora de À Punt!
Volviendo al principio llegó la hora de las inversiones y de afrontar retos que como sociedad debemos resolver porque esta terrible situación puede volver a producirse. Tenemos la obligación de revisar, adaptar, cambiar todo lo que sea necesario. Es la hora de la educación para ser más conscientes de lo que supone convivir con fenómenos tan extremos. ¿No les parece?
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