Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero

El transporte que usábamos hace muchos años para ir hasta Madrid no era el AVE, era un autobús y se llamaba Auto-res. O como ... lo pronunciaba con humor mi amigo Santiago: autores (nótese la r sorda) ¿Lo recuerdan? Era el medio de transporte más habitual y lo cierto es que el desplazamiento hasta allí se hacia una auténtica eternidad porque -como muchos recordamos- no siempre tuvimos autovía.

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El área de servicio donde paraba la línea de bus la recuerdo como de película de terror. Enorme, sin alma, con luces azules de flexo de cocina antigua y siempre desierta hasta que era ocupada durante media hora -si no viajabas en exprés- por nosotros los sedientos o incontinentes pasajeros. Hoy, puro romanticismo. Llegar a Madrid era toda una aventura.

Algo parecido a lo que es ahora pero con el AVE. La suma de factores es diferente -hemos ganado en tiempos y confort- pero su resultado viene siendo básicamente el mismo: otra nueva aventura. Cada vez se dan más incidencias, si no te topas con alguna avería en el recorrido, te atascas en la estación de Chamartín de la que salir o entrar es pura odisea.

Cada vez se dan más incidencias en el AVE a Madrid

Antes como ahora Madrid es centro de poder(o de buena parte). Allí se toman decisiones relevantes que determinan el funcionamiento y el engranaje de la marcha del país. Casi todo (con permiso de los Pujol de antes o los Puigdemont de ahora por la cuestión catalana) parece cocerse en esa olla a presión en la que conviven como si tal cosa poderes económicos, sociales y políticos que levitan en flotación -y perdonen la comparación- como lo hacen los huesos, las verduras, los trozos de ternera o los garbanzos cuando uno se prepara el cocido en casa.

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Pero dicho esto, también se observa cierta tendencia, algo endémica, por la cual todo lo que pasa fuera de esa olla de Madrid se considera irrelevante o se tiende a interpretar circunstancias que pasan en otros territorios con la perspectiva de lo que se ha venido en llamar «la farola madrileña». ¿Qué es? Imaginen una solitaria farola alumbrando a solas una amplia y oscura calle. Si a un paseante se le caen las llaves tenderá a ir a buscarlas al pequeño tramo de calle que está iluminado, aún a sabiendas de la escasa probabilidad de que las llaves hayan caído justo ahí.

Y el resultado de esa farola madrileña suele dar error. Se manifiesta con frecuencia en la actualidad informativa que suele discurrir por derroteros que a la mayoría nos importa una higa (como diría Mariano Rajoy). La polémica a costa del presidente argentino Milei es un ejemplo claro. Vaticinar comportamientos electorales con el prisma de la farola también suelen pinchar en hueso. Pasó con el supuesto éxito de Macarena Olona en Andalucía (que iba a acabar con la hegemonía de Juanma Moreno, algo que no sucedió); con el vaticinio de un batacazo del PP en Galicia que al final mejoró sus resultados e incluso en la Comunidad Valenciana donde muchos no vieron venir hasta el final la victoria de Carlos Mazón. ¿No les parece?

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