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Me ocurrió el lunes sobre las tres de la tarde. Mientras conducía apareció en mi teléfono móvil un número desconocido que atendí dispuesta a manifestar ... mi reciente adhesión a la lista Robinson. Ya saben, ese sistema gratuito que supuestamente te ahorra la cascada de llamadas comerciales que nos torturan a diario sin saber cómo han llegado a nosotros.
Fue entonces cuando mi interlocutora se identificó como una encuestadora del Centro de Investigaciones Sociológicas. ¡Me estaba llamando el CIS de José Felix Tezanos para su última encuesta electoral antes del 23 J cuyos resultados iban a presentarse pocas horas después! Mi intención de voto, mis opiniones creadas tras cuatro años de paciente observadora, estaban a punto de convertirse en ingrediente de la cocina sociológica del CIS, en un meta-dato o carne de algoritmo al servicio de las estimaciones y proyecciones de escaños que estaba a punto de maquinar el sociologo de cabecera del gobierno. Con sus antecedentes -que no los del CIS que ya existía antes y seguirá existiendo después- no hacía falta preguntar mucho para justificar el resultado.
A pesar de Tezanos, atendí al CIS con la ilusión de la primera vez. Contesté a su atenta operadora que se presentó amable aunque con la voz un tanto gastada -como tras una noche de excesos- para leerme una larga e inacabable declaración de aspectos legales acerca del uso de los datos que iba a obtener. Tres minutos de perorata después, y tras comprobar que mi anonimato estaba a salvo, yo sólo quería empezar a contestar de una vez. Pero continuaban las advertencias para aclarar mi verdadera disposición: «Van a ser unos seis minutos de preguntas en clave política». Ningún problema -le dije-, mientras aparcaba el coche para poder tomar nota, desde la calma, del procedimiento del único centro sociológico que se emperra en equivocarse en sus encuestas elección tras elección. Su cuestionario desvela los intereses reales y las entrañas de lo que, de verdad, quien pregunta quiere saber. Más allá del voto por recuerdo, por simpatía y por afinidad. ¿Por qué el CIS dice lo que dice?
En una clara demostración de la sinceridad con la que iba a contestar desvelé sin tartamudear mi edad. Tras la incómoda pregunta, y empezando a impacientarme, la amable operadora se interesó por mi provincia de residencia. Valencia -le digo- mientras ella contesta con un carraspeo que justifica por el alto volumen de encuestas realizadas y «eso que hoy acabo de empezar». Mientras, me da por pensar que al CIS le gusta apurar en esto de preguntar ya que quedan pocas horas para poder hacerla pública.
Cuando Laura -porque ya hemos alcanzado cierta sintonía tras varios minutos de conversación- me asalta con la duda sobre mi identidad sexual -que le aclaro no sin cierta sorpresa y algunas dudas sobre mi tono de voz- todo se desmorona. Quedo descartada como parte del algoritmo del CIS porque mi franja sociológica ya está completada y me quedo con todas las ganas de opinar. Menos mal que en pocas horas, pese al calor, iré a votar. ¿No les parece?
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