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Las pocas Fallas que recuerdo del pasado son con lluvia y mucho frío. De cuando los casales se instalaban en bajos comerciales en desuso y ... tenían sus propios cuartos de baño, no como las carpas de feria de ahora con baños químicos como si fueran adosados. Entonces las churrerías eran escasas porque los buñuelos y las porras las podías comprar en los bares de siempre -porque sacaban a tal efecto una palangana verde, una freidora y un pequeño mostrador para vender en la calle- más allá de los clásicos sitios como Mari Toñi o Fabian.
Tiempos en los que las Fallas no eran como eternas, duraban sólo cinco días -empezaban el 15 con la plantá y se quemaban el 19 con la cremá- y no siempre poníamos el cartel de completo porque venían más o menos turistas en función de si teníamos la suerte, o no, de que cayeran en puente. De cuando te podías acercar a los principales monumentos de la ciudad porque no se rodeaban con vallas para garantizar su protección frente a los orines y los vándalos o el ayuntamiento se veía obligado a reforzar el servicio de limpieza -que por fin este año sí lo ha hecho- para mantener en buenas condiciones la ciudad.
Eran otros tiempos. Tan lejanos como que podías arriesgarte a llegar a escuchar una mascletá en la plaza del Ayuntamiento apurando al primer aviso porque las calles no se cerraban y más o menos podías intentar entrar. De cuando las 14.00 horas del 1 de marzo era sinónimo de hacer novillos en el comedor del colegio, repescar del año anterior tus gafas de sol e incluso a aventurarte a llevar manga corta porque era el principio del fin del duro invierno. O eso creíamos entonces porque nada se sabia aún del cambio climático que, tiempo después, nos sirve para justificar casi cualquier cosa. El paso del tiempo ha permitido otras mejoras como que por fin este año -tras demasiado tiempo de abandono y dejadez- la Virgen lucirá más hermosa tras haber sido restaurada.
Pese a la evolución y los cambios el espíritu de las Fallas permanece intacto: poner a salvo todo lo bueno y dejar arder todo lo malo. Lo que suma y enriquece frente a lo que resta y nos empequeñece. Si pudiéramos volver al origen, a las viejas esencias de cómo se armaban las fallas a base de enseres viejos, muebles rotos y todos los trastos que se quisieran hacer desaparecer, haría una falla con todos los sapos -amnistías, cesiones y humillaciones a instituciones esenciales como la Monarquía- que nos están haciendo tragar como si tal cosa pero que en verdad superan todos los límites. En el lado de todo lo malo. Al otro extremo, con todo lo bueno para indultar, situaría a Juan Roig que ayer presentaba los resultados Mercadona. Un empresario que no se conforma con crear riqueza y empleo de calidad sino que además invierte en Valencia, generando nuevos espacios culturales y deportivos de primer orden que, de otro modo, no tendríamos. ¿No les parece?
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