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Se acerca el día de mover los muebles. Es una crueldad pero no hay una efeméride en el calendario navideño que le dote de entidad ... propia, pero con toda seguridad y más o menos juerga y folclore, muchas familias lo practicaremos en breve. En casa ya somos legión y la tesitura frente a los muebles de mi madre está bien clara: son ellos o somos nosotros, porque todos, no cabemos.

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Con los años la familia ha ido alcanzando tal envergadura y corpulencia que para afrontar la cena de Nochebuena con ciertas garantías de éxito, hay que proceder a desplazar, arrinconar y trasladar butacas, mesas auxiliares y otros muebles de nombres extraños -trinchante, canterano o mesa chippendale- con el fin de asegurarnos un cómodo asiento que permita resistir las largas jornadas que nos esperan.

En esta mudanza temporal se incluyen elementos de decoración sin más valor que el recuerdo -que no es poca cosa- algo que mi madre atesora con el mismo espíritu y afán del mejor coleccionista-restaurador. Ha sido ahora, al empezar a atesorar los propios, cuando he aprendido a valorar, comprender y apreciar profundamente la vocación conservadora de mi madre a favor de todas esas pequeñas cosas sin importancia que juntas conforman y hacen realidad ese lugar con nombre de hogar donde todas sabemos que podemos volver. Y reconocernos.

Llega el día de mover esos muebles que son prácticamente inamovibles -pesan una tonelada- porque son de esos que se hacían antes de que la globalización e Ikea arrasaran con todo. Mis padres al casarse sumaron a su matrimonio parte de la colección que aún hoy nos acompaña. Muebles para toda la vida. Sin obsolescencia programada. Como los que se hacían en Valencia y nos dieron fama internacional. Mobiliario para acompañar a varias generaciones, que guardan testimonio de otras épocas y son memoria de momentos que sólo se pueden leer a través de las lentes de la intimidad familiar. Muebles que, como cualquiera de nosotros y pese a los azares de la vida, dejan huella permanente en las alfombras donde siempre han estado que te permiten después volver a colocarlos correctamente en su lugar de siempre. Como si nunca se hubieran ido. Como las ausencias que nos acompañan desde la habitación de al lado y sabemos exactamente el sitio que ocupan, lo siguen llenando y porque lo mantienen reservado para siempre. Cada cosa en su lugar.

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En ese día de mudanzas mobiliarias la misión familiar -con la dirección de obra de Gema y Luis- se completa con una operación de ingeniería civil de enorme precisión que consiste en armar una mesa de grandes dimensiones y extraña forma pantagruélica capaz de acogernos a todos. Y tiene mérito armar ese extraño puzzle a partir de una sencilla mesa familiar que fue pensada para seis y que será capaz de dar cobertura con holgura a más de veinte gracias a varios apósitos plegables. Roza lo milagroso.

Aprovecho para desearles una Feliz Navidad y toda la felicidad para que podamos disfrutar en familia de estos momentos únicos que vivimos pensando que siempre van a estar ahí a sabiendas de que no es así. ¿No les parece?

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