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Hubo un tiempo, allá por los primeros años de la década de los 70, en el que Benidorm tuvo que hacer frente a un problema ... de falta de agua mayúsculo. A las puertas del verano, cuando todo lo que es hoy Benidorm empezaba, las suecas se paseaban en biquini como si tal cosa y aquella ciudad era la puerta hacia una nueva época, se quedaron sin agua. Desde Madrid -lo clásico con eso de que somos el Levante feliz bla, bla, bla- se calificó implacablemente a la ciudad como el «monstruo de los pies de barro», una afirmación que puso en riesgo su imagen y que fue palanca que movilizó conciencias.

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El parche fue traer barcos con agua. Como ahora en Cataluña. La solución definitiva la pergeñaron prácticamente de cero -porque las tuberías eran microscópicas y los aliviaderos corrían paralelos a la costa- los hombres del agua de Alicante. José Ramón García Antón, Paco Santiago, José Manuel Irivas o Mario Gaviria -una sólida generación de ingenieros e intelectuales que abordaron el crecimiento de la ciudad desde diferentes perspectivas- fueron quienes cimentaron en los 70 -junto a los sucesivos ayuntamientos de entonces- el modelo de ciudad y el fenómeno turístico que es hoy Benidorm. El que sigue vigente 50 años después. ¿Cómo lo hicieron? Buscando a los mejores. Trabajando, estudiando opciones, acordando, cediendo, compartiendo recursos. Poniendo de acuerdo a dos sectores casi antagónicos entonces los agricultores y el turismo. Y, por supuesto, gastando mucho dinero. Construyeron infraestructuras y también trasvases. Gastaron más dinero bajo el suelo de lo que se hacía arriba, porque como decían los hombres del agua, «las mejores cosas se entierran».

Que Cataluña, más de medio siglo después de lo sucedido en Benidorm, se encuentre en situación de emergencia hídrica y tenga que ser abastecida de agua potable también con barcos, es una demostración de que algunos políticos han estado demasiado tiempo a otras cosas, que desgraciadamente, ha creado un problema de convivencia mayúsculo que se extiende por todo el país. Como una mancha. Me pregunto para qué querrán asumir más competencias -como la red de cercanías- si la situación les desborda no sólo en el agua sino también en seguridad ciudadana, economía o huida de inversores y empresas. El ruido de los indultos y la amnistía debería apagarse el día que el primer barco asome por la playa de la Barceloneta.

En Benidorm, hace medio siglo, ya se llevaron barcos de agua

Ningún territorio está exento de este riesgo. Las autoridades están hartas de alertar de las consecuencias del cambio climático. Si esta situación volviera a darse por aquí deberíamos poder encontrar la misma solidaridad vecina como la que ha mostrado Mazón, Y ha hecho bien.

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El agua es un síntoma más de que las cosas no se han hecho todo lo bien que merece Cataluña. ¿Un monstruo con los pies de barro?. A ver si, llamando las cosas por su nombre y como pasó en Benidorm, empiezan a cambiar las cosas. ¿No les parece?

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