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Paula se cambia de colegio el curso que viene. No le queda otro remedio. Podría ser una decisión como otra cualquiera, adoptada por voluntad propia, ... porque pasa a un nuevo ciclo, su familia se traslada de domicilio o, sencillamente, porque quieren cambiar de aires. Pero desgraciadamente, no es así.
Paula cambia de colegio porque sus acosadoras se quedan ahí. Paula cambia de centro para huir de las humillaciones, para escapar del miedo, para intentar volver a ilusionarse con aprender, pero sobre todo, para dejar atrás el acoso escolar al que ha estado sometida desde hace meses y que le ha robado todo, hasta las ganas de vivir: con sólo 13 años. La niña sin sonrisa.
Paula lleva resistiendo algún tiempo. Cuando habla de esto -en contadas ocasiones- te explica que intentó enfrentarse a la situación. Rebelarse. Optó por mostrarse indiferente, como si a ella estas cosas no le afectaran. También intentó buscar aliados entre otros compañeros de clase pero... ¿quién quiere a esa edad apoyar a quienes otros critican? Encontró el apoyo de algún profesor que vigilaba los recreos pero... nada cambiaba.
Sus padres pasaron de mirar de reojo ante los avisos de su hija -son «cosas de niños»- a no quitarle el ojo de encima porque sus miedos hicieron de Paula otra niña. Noches en vela, miedos, llantos, silencios, oscuridad... hicieron de Paula una niña sin sonrisa. Los episodios de acoso traspasaron el colegio y llegaron hasta el 'maldito' móvil.
La respuesta oficial aparentemente funcionó. Se activó el protocolo de actuación, llegó la intervención del inspector, el apoyo psicológico para Paula... Pero, tras semanas encerrada en casa y con mediación, su vuelta al cole se tradujo, en la práctica, en una extraña incorporación encapsulada en una clase especial, de pocos niños, mientras sus compañeros seguían con su vida lectiva normal: sólo Paula estaba fuera del sistema. Con otros horarios y otras dinámicas para no coincidir con sus acosadores.
Entrar en la web de la Conselleria de Educación y bucear entre el amplio catálogo de tipos de violencia o acoso que se dan todos los días en los colegios, pone en evidencia el enorme problema al que como sociedad nos enfrentamos. Y más aún tras la pandemia.
Paula forma parte de ese club de los desamparados de los que nadie habla y que bien apuntaba el director de este periódico, Jesus Trelis, en su página del domingo. «Esa comunidad secreta en la ciudad que es silenciada y olvidada pero que refleja la verdad de nuestros días».
Porque Paula -¿y cuántos niños más como ella?- se ven obligados a abandonar su colegio mientras las responsables de su sufrimiento mantienen sus vidas como si nada hubiera pasado y con solo una amonestación en su haber. Amparados por su edad.
No todos los casos serán igual pero, lo cierto es que, estamos dando una mala respuesta al acoso escolar si ante un caso claro, reconocido por el propio colegio y la consellería, identificados los acosadores y las víctimas, no son expulsados de manera inmediata quienes han provocado tanto dolor y son las víctimas quienes han de buscar otro camino. ¿No les parece?
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