Buenas noticias. Ya hemos pasado uno de los peores días del año. El primer lunes de septiembre. El día de la vuelta al trabajo, al ... tajo como lo llamó Núñez Feijóo, a la bendita normalidad para los de buena actitud, a la maldita rutina para los azotes malencarados o, como dirían los fans del mindfulness, al aquí y el ahora. Sea como sea, dejar atrás las vacaciones cuesta mucho incluso para los más entregados.
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Los lunes, junto al domingo, gozan de muy mala fama. Son comúnmente impopulares e insultados en la intimidad. Puto lunes clama cada semana mi amiga Teresa desde los 30. Será injusto pero, para qué negarlo, el primer día de la semana está muy desprestigiado. Como los febreros o los noviembres. Igual. Pero hay que pasarlos.
Las encuestas dicen que los españoles seguimos eligiendo agosto para descansar y es, a partir de los 60 años, cuando la opción de hacerlo durante septiembre va ganando enteros. Es decir, nos vamos en agosto los que tenemos hijos en edad escolar y no nos queda otra alternativa mejor. Nos partimos nuestro descanso para cubrir con nuestra presencia las eternas vacaciones de los niños y realmente hacemos lo que buenamente podemos. No lo que nos gustaría. Como volver un lunes a trabajar. Lo hacemos cuando no podemos elegir.
En cambio, los que sí que pueden hacerlo, prefieren reincorporarse al trabajo bien entrada la semana buscando ese placebo temporal de hacer una vuelta a la realidad más llevadera, aunque, irremediablemente, ese primer lunes nos espere a todos inexorable -y afortunadamente- para atestiguar que cumples tu primera semana completa.
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Si las intenciones de la vicepresidenta Yolanda Diaz de reducir a cuatro días la jornada laboral se mantienen, le regalo una idea. Yo le propondría que empezará tachando el primer lunes de septiembre como el primer día festivo de esta nueva etapa histórica de conquista social. Como un gesto entrañable en favor de la salud laboral de los españoles que no merecemos trabajar, ninguno, en un día tan cutre como ese.
Hablando en serio, soy de las que creo que las vacaciones, viajar y algún aspecto más de la vida están algo sobrevaloradas. Resultan mejores cuando los piensas y las imaginas que cuando de verdad los llevas a cabo. Superar con éxito la convivencia, los conflictos, las colas, las esperas o el calor es más una cuestión de puro azar y suerte que de empeño propio. Y es que la realidad se impone de forma mucho más nítida durante las vacaciones que es, por ejemplo, cuando más separaciones se gestan. Sólo durante 2024 en España nos divorciamos a un ritmo de dos rupturas cada hora.
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Coincidirán conmigo que como en casa no se está en ningún sitio y que no viene mal volver a la rutina. Es una enorme suerte tener un sitio donde volver. Y, en mi caso, poder volver a esta esquina de LAS PROVINCIAS es una suerte todavía mayor. ¿No les parece?
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