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Estamos en plena Selectividad. Mañana terminarán las pruebas para que un total de 22.951 estudiantes valencianos se acerquen algo más al sueño de hacer ... realidad sus respectivas vocaciones. O no. Hace muchos años que ya no se llama Selectividad -aunque su nombre legal era otro- pero es que ha habido tantos cambios de nomenclatura y planteamiento, que hace tiempo que descarté seguir este enloquecido ritmo legislador que cambia cada poco las condiciones educativas de los más jóvenes: del mínimo detalle, a lo nuclear. Al fin y al cabo, la Selectividad estuvo vigente 29 años -algo inaudito en estos temas- y como mínimo se ha ganado los derechos de autor.
Porque hubo un tiempo, allá por el pleistoceno superior -como le gusta decir a un amigo- que el modelo era otro y eran las universidades quienes elegían a sus respectivos estudiantes, con pruebas diferentes entre sí. Exámenes escritos pero también orales, y así iban seleccionando a sus futuros licenciados a los que sometían, incluso, a una Prueba de Madurez. La prehistoria, ya digo, pero es que en los años setenta lo normal era trabajar directamente y acceder a estudios universitarios era una posibilidad real para unos pocos. Eran otros tiempos, con otras dificultades. Y con la democracia se instaló la moda de ponerle nombres más largos a las cosas, como Prueba de Acceso a la Universidad, EBAU (Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad), después la EvAU y unos cuantos más hasta la nueva nomenclatura que, si nadie lo remedia, volverá a cambiar el año que viene.
Y es tengo la impresión de que nosotros -los que entendemos si escuchamos hablar de la Selectividad- lo tuvimos más fácil. Por muchos motivos. Disfrutamos de mayor estabilidad legislativa. La educación formaba parte del grueso de cuestiones que los grandes partidos políticos eran capaces de acordar y respetar, independientemente de quien gobernara. Otra gran diferencia es el nivel de presión con el que llegan nuestros hijos a esta prueba. Nosotros también tuvimos nervios y estrés pero, en la actualidad y por contraste, la diferencia es enorme. Ahora los chavales se pasan cuatro años levitando en el mundo sin complicaciones de la ESO donde todo vale -sin repeticiones, ni exámenes de recuperación, ni exigencias académicas excesivas- para aterrizar de golpe en los Bachiller en el que cada examen cuenta. Parece que se jueguen la vida en cada parcial. Cada nota suma. Y para acabar, el difícil acceso a la universidad y a la carrera que persiguen que se ha convertido en misión imposible para muchos alumnos. Estudiar hoy en tu ciudad, lo que quieres y en la universidad pública es un auténtico privilegio, algo que hace unos cuantos años, era lo normal. Me pregunto ¿cuántas vocaciones se han perdido en el camino? Algunas cosas han cambiado para bien en la educación pero, tengo la impresión, que en otras muchas hemos ido a peor. ¿No les parece?
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