Alberto Núñez Feijóo se estrenó ayer en el Congreso de los Diputados y su primer discurso fue, para mi gusto, el mejor que he escuchado ... en mucho tiempo. Aterrizado, pragmático y con un diagnóstico certero de la realidad económica y social del país. Vimos a un candidato a presidente que es gallego pero que no hizo de gallego, por una vez. Fue claro, directo y muy contundente. Fue como el regreso del Núñez Feijóo del debate electoral televisado y que pareció esfumarse durante la última semana de campaña electoral.
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Mostró maneras, no machacó a la oposición, ni siquiera a Pedro Sánchez porque brindó caminos para el encuentro y el diálogo. No se lamió las heridas. Ni reprochó. No echó mano del 'y tú más' ni al rifirrafe agresivo al que tan acostumbrados estamos. Puso a los españoles y nuestras necesidades por delante. Habló para todos.
Se estrenó con la solvencia de quien acumula experiencia de gobierno porque fue presidencialista en sus propuestas, que además tuvieron forma de plan de gobierno. Feijóo diagnosticó la realidad de una buena parte de España que asiste pasmada -defiendo la existencia de este colectivo cada vez más abultado de damnificados- a cómo se desbarata la estabilidad de todo un país en manos de una pequeña minoría que en estos momentos extorsiona a un Pedro Sánchez arrinconado y que, lo que es peor, insiste en esquivar la mano tendida que le brindó, de nuevo, Alberto Núñez Feijóo en forma de seis pactos de Estado. Un pacto estable y de trazo grueso como punto de encuentro.
Pero ayer cualquier asomo de esperanza quedó disuelto en la Cámara -como un oasis dentro del desierto en el que se ha transformado la democracia en los últimos años- cuando Sánchez, en un ejercicio de desprecio político sin precedentes, declinó en Óscar Puente su intervención. No era el momento ni el lugar: no era una moción de censura ni un debate del estado de la nación. Eran palabras mayores: el debate de investidura consecuencia de unas elecciones.
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Es evidente que Núñez Feijóo tiene escasas posibilidades de sacar adelante su investidura pese a haber ganado las elecciones, pero visto el cambio de las reglas del juego tan radical que atraganta a buena parte del PSOE, tampoco debería prosperar la de Pedro Sánchez. Con todo, tras lo vivido ayer en el Congreso y la previsible disciplina de voto que se presume en la bancada socialista, lo razonable sería volver a votar sabiendo todo lo que sabemos ahora. ¿Será eso lo que de verdad está persiguiendo Sánchez con su estrategia de llevar al límite las costuras del Estado?
Legalizar una posible amnistía para salvar al fugitivo Puigdemont es una cuestión tan nuclear que justifica por sí sola una repetición electoral. Total, en pocos meses si todo sigue adelante, nos llamarán igual para votar el referéndum de la previsible reforma constitucional, pues volvamos a votar de nuevo sabiendo lo que ya sabemos ahora. Y con las mayorías más claras -a favor de Sánchez o de Feijóo- como se suele decir en estos casos, disfrutemos de lo votado. ¿No les parece?
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