Nacidos para la grandeza
Le atendieron, le cuidaron, le acompañaron al hospital, sin una queja y con todo el cariño. Esta es la educación que envidio
PABLO ROVIRA, DELEGADO DEL PERIÓDICO MAGISTERIO EN LA COMUNITAT
Lunes, 17 de marzo 2025, 23:45
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PABLO ROVIRA, DELEGADO DEL PERIÓDICO MAGISTERIO EN LA COMUNITAT
Lunes, 17 de marzo 2025, 23:45
Tiene 92 años y no hay día que perdone sus paseos. Por la mañana y por la tarde se obliga a mantener la costumbre, que ... también es salud, y avanza decidido por los alrededores. A pasitos cortos, con ayuda de un andador, que las fuerzas son muchas para esa edad pero ya no son las que eran. Es instruido, educado y tremendamente lúcido. Aquí no diré lo mismo que para las piernas -para su edad-, porque mantiene atinada la ironía y cimentada la oratoria como no tantos a cualquier edad. A su paso le desborda la amabilidad y cita por el nombre a quien se encuentra, un alarde de memoria y buena vecindad que no ha perdido pulso en las varias décadas que le conozco. Es también lector de esta tribuna, así que entenderán mi especial simpatía hacia él, porque un lector fiel es un tesoro para cualquier columnista. Así que es previsible que este artículo llegue a sus manos, lo que añade cierto pudor a lo que uno escribe, consciente de las fisuras que hoy rompo en la frontera entre lo íntimo y lo público. Permítanme que guarde sus nombres, para no excederme en el descaro.
Pero tiene 92 años, y los achaques y los sustos aparecen sin preguntar. Ocurrió hace unos días, que a unas docenas de metros las piernas le fallaron. A duras penas llegó al portal, y la huelga de fuerzas ya fue unánime y solo la ayuda de los vecinos le permitieron llegar a casa. No estaba para quedarse solo, la razón se nublaba y la voz quedó en un hilo que con esfuerzo contestaba con monosílabos las preguntas de quienes le socorrían.
Aquí es cuando aparecen mis protagonistas, una pareja que en ocasiones le acompaña a misa y esa tarde había quedado para tomar un chocolate con buñuelos, que estamos en Fallas y no es tiempo de soledad... si hay algún tiempo para esto. Aparecieron y se hicieron cargo de la situación, a falta de familiares. Benedicto XVI dijo aquello de que el «hombre no se hizo para la comodidad, sino para la grandeza». Ese día conocí la grandeza.
Dos voces serenas; la tranquilidad inquisitiva con la que recibía las instrucciones del médico él, la suavidad de las preguntas con la que ella intentaba averiguar dónde estaban las cosas en una casa desconocida y un propietario con el siglo, ahora sí, pesándole en los párpados y la voz y la mente. La determinación de ambos al acompañarle al hospital, el cariño de cada uno de sus gestos con y para el enfermo, la exactitud de los mensajes con los que informaban a los vecinos sobre la aventura hospitalaria.
Ellos solo fueron a tomar un chocolate con churros y se pasaron la noche en Urgencias. Sus necesidades y planes se adaptaron. Sus quejas, si acaso existían o buscaban algún camino para expresarse, no se escucharon. Sus acciones se combinaban, coordinaban, se entrelazaban con gestos y frases comedidas pese a que el susto era propicio para los nervios.
Hablé hace unas semanas de los héroes anónimos, aquellas personas a las que nunca conoceremos y que están en todo momento haciendo cosas por nosotros. Esa noche me encontré la grandeza, personas que descubren que nuestro alrededor es el mundo, así que para cambiarlo hay que empezar bien cerquita.
Los padres amontonamos expectativas en nuestros hijos, en ocasiones hasta casi ahogarlos. Vivimos pendientes de que sean los más listos, que sean los más educados, los más guapos con repeines y modas, los más altos o fuertes o espontáneos o felices, deportistas, lectores, artistas ... Estamos atentos a todos estos lustres y a una miríada de traumas que adquirimos en nuestra infancia. No sé, el otro día conocí la grandeza. Yo quiero eso para ellos.
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