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El periodista Fernando Ferrando falleció el domingo, como ayer informaba LAS PROVINCIAS en un obituario. Fernando fue mi primer jefe en esto del periodismo, en Gaceta Universitaria, mi primer trabajo de redactor, esa persona que te da la oportunidad inicial mirándote a la cara y ... no al currículo vacío de experiencia. Podría decir también que, de alguna forma, ha sido mi único jefe, al menos, de los que tienes en el despacho de al lado y no en la distancia. De Fernando aprendí periodismo, claro, y sobre todo confianza profesional, lo que permite aprender haciendo, que te hace competente, y hacer para aprender, que te hace autónomo. Fernando me habló y me escucho, lo que significa que yo escuché, pero también hablé, aun siendo pipiolo, porque dar relevancia al último de la fila era una de sus tantas cualidades nobles. De todas las personas, primero su dignidad humana: fue uno de mis grandes aprendizajes a su lado.
Esta desdicha precoz que es su fallecimiento me lleva a compartir esta vivencia que, en el fondo, repetimos las personas con insistencia inadvertida. Educamos a los otros y aprendemos de los otros. Continuamente. Solo tenemos que apagar las luces para ver estas estrellas. Solo dejar un momento de criticar al otro, de resaltar diferencias y carencias, para que en la oscuridad serena brille la admiración y ésta alumbre lo que el resto nos aporta.
La educación tiene un matiz jerárquico, aunque no se dé en exclusiva desde la verticalidad. El docente sobre el discente, el padre sobre el hijo, o como es el caso mencionado, el jefe sobre el subordinado. La lógica no está en el poder, sino en la ósmosis intelectual que supone traspasar el conocimiento de quien cuenta con más formación y experiencia. En este intercambio a los contenidos y destrezas los acompañan valores.
Decía que enseñamos y aprendemos no solo de manera vertical, sino horizontal, junto con nuestros iguales. Lo vemos en cualquier equipo de trabajo en las empresas, así como en la escuela, especialmente en los adolescentes para quienes los iguales construyen las referencias que fortalecen su identidad aún tierna. De hecho, algunas pedagogías potencian estos aprendizajes colaborativos y mentorías entre compañeros.
En la escuela se habla mucho de la educación formal ya que, de hecho, es la institución que la representa. Se abre paso, cada vez más, la llamada educación no formal, que es la educación planificada más allá del sistema educativo. Por ejemplo, las extraescolares o el ámbito de las políticas de juventud. Hoy les hablo, no obstante, de la educación informal, de la espontánea, de la que nace de las relaciones sociales, laborales, de las situaciones del día a día. Del familiar, pongamos por caso, que te enseña una nueva técnica de pesca. De estos aprendizajes llenó Fernando mis primeros pasos profesionales, y ya desde la amistad, la vida misma.
Es este tipo de educación, espontánea, modélica, cotidiana, la prototípica de la familia, pues las relaciones de padres e hijos no se estructuran con un horario o un currículo. No nacen de la palabra sino del ejemplo. En definitiva, es el aprendizaje natural que mana de nuestras relaciones personales y sociales y, posiblemente, el que nos hizo una especie exitosa en la evolución. Este modo de instrucción tiene un gran enemigo que es el orgullo de aquel que ya piensa saberlo todo, que ya no tiene nada que aprender de los demás, que encuentra soluciones sin reflexiones. Ay, al contrario, era curioso y enciclopédico Fernando, con quien tanto escribía.
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