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Crecen los delitos sexuales cometidos por menores y preocupan las manadas, y no hay solución que no pase por incrementar la educación que sobre el tema se imparte en la escuela. Nadie lo duda, y se insiste y se programa. Posiblemente nunca en la historia ... ha existido tanta formación al respecto. No discuto que haya que hacer más. Pero hoy no hablaré sobre educación sexual, sino de colaboración. Si la sociedad no asume su parte, si agiganta a los monstruos que acechan la madurez de los niños, la escuela no da ni dará abasto. Son muy grandes, demasiado grandes y cada vez más grandes los enemigos para detener sus acometidas con apenas unos talleres y unas líneas de más en los currículos.
La hipersexualización en las redes sociales como reacción adolescente a la hipersexualización del mundo adulto y la accesibilidad temprana, universal y digital a la pornografía son fenómenos gigantes, por lo que no hace falta incluir las polémicas habituales, referenciar las campañas del Ministerio de Igualdad y cosas así, porque con estos dos temas basta para dimensionar el problema.
Es fácil tirar de incomprensiones intergeneracionales para criticar la desaparición del pudor o la intimidad, para alarmarse de los videos hipersexualizados de las redes sociales de los jóvenes. Como si esta exposición se hubiera dado espontánea y no responda a la imitación de los menores a los mayores -pongan todos los pasos intermedios que quieran-. Porque es así, el jugar «a ser mayores» es el juego de la infancia, acompaña al proceso de madurez en la adolescencia y la imitación, es decir, mostrar diferente el relato imperante- es la regla de oro de la viralidad. El éxito de los influencer es que influyen y, por tanto, son aspiracionales, a imitar. Y esto es favorecido por el lenguaje audiovisual de las redes sociales, que facilita la exposición corporal frente a lo escrito.
En paralelo, el porno ha existido siempre, de manera oculta pero no accesible. Así que la diferencia no está tanto en los videos de adultos, sino en que tales escenas están al alcance, nunca más que ahora, de quienes no son adultos. No hay educación sexual que se imponga a su no-educación sexual, por lo que los cánones del porno conforman qué es el sexo en los adolescentes, con todos los problemas que esto acarrea.
Para evitar estas consecuencias negativas tenemos normas -de las aplicaciones y de las leyes- que dicen que hay que tener catorce años para tener un perfil en las redes sociales y 18 para entrar en una web de videos para adultos ¿Acaso existe una ley que se cumpla menos? ¿Alguien se cree que sea cierto?
Bien merecería una huelga de docentes para reivindicar que la sociedad, el Estado, cumpliera su parte del trato, en lugar de abocar cualquier solución en exclusiva a la escuela. Ésta no puede, simplemente no puede, afrontar sola este reto.
Podrían ayudarle las familias, que son los responsables de adquirir los dispositivos y dárselos demasiado pronto a los niños. Podrían los referentes sociales y culturales, caricaturicemos, mostrar menos el ombligo y valorar su privacidad. Podrían las empresas tecnológicas imitar a las discotecas, con su personal de seguridad, y no dejar pasar por la puerta a quien no tenga la edad aunque diga que sí la tiene. Podrían los políticos redactar normas reales además de cambiar la ley educativa cada legislatura. Podríamos todos, en fin, ser coherentes y aliados de lo que pedimos a la escuela. Participar de las soluciones y no solo agigantar los problemas de la adolescencia y afirmar, eso sí con voz grave, que lo que hace falta es que se dé más educación de lo que sea en los colegios.
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