Última semana de ir a clase, porque el curso terminó hace unas cuantas. Los plazos de evaluación cada curso aprietan más y comprimen la docencia. Tanto que en ocasiones se ha dado el caso de que el examen ha llegado antes de que se avanzara ... materia alguna. Junio va camino, al menos en Secundaria, de ser algo así como días no lectivos, poco más que una guarda y custodia de adolescentes.
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Terminan esta semana las clases del primer curso del conseller Rovira, si bien en cuanto a la gestión el curso se alarga y no descansa en verano. Más le vale a la Administración no repetir las urgencias del agosto pasado, los marrones escondidos en los cajones que le dejó el Botánico. Este primer curso ha sido de transición porque hace un año el PP llegó al gobierno con la normativa lanzada. En eso, pues, ha consistido el año: el desarrollo normativo que impactará en septiembre. Dos son los aspectos cruciales: el modelo lingüístico y la dimensión del sistema. Habrá que esperar para comprobar cómo funciona ese diseño lingüístico externo al centro en el cual las familias todavía no escolarizadas deciden la lengua principal de enseñanza.
Mayor enjundia tiene la dimensión del sistema, afectado por la bajada de natalidad, el reparto de alumnado y el tamaño de las plantillas, a lo que se suma el derribo contenido del modelo Edificant. El cambio, que se pierde en la opacidad de los números, es la contención del crecimiento del sistema segregado de la realidad, perdonen la palabra, del mercado. La baja natalidad sigue siendo la principal amenaza de la escuela, cuando ya los desdobles y demás mantienen las ratios reales a mínimos. El seísmo generacional es enorme; intuimos, por ejemplo, cómo la inaccesibilidad de la vivienda retrasa y reduce los niños.
Última, también, Selectividad de opcionalidad extrema. El Ministerio plantea un nuevo modelo, si bien no es la prueba la que determina las desigualdades sino la ficción de igualdad que ordena las notas de corte. El rol de esta prueba no está ya, rozando el aprobado general, en garantizar unos conocimientos mínimos sino en ordenar el acceso universitario. Es significativo que cada año en alguna autonomía haya queja por la dificultad de un examen, lo que demuestra la reducción a la nota y esa sensación de «Mili» cuando ya no existe la mili: el único consuelo de la PAU es que es mal de muchos.
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Por último, termina el curso con la concreción del modelo de atención de la salud mental en las escuelas, una nueva demanda social que la Administración propone con una perspectiva clínica. Es una parte importante, pero hay que convencerse de que educar en hábitos emocionales saludables se asocia también con una visión educativa.
Acaban las clases y hay que agradecerle a los docentes su tarea, porque más allá del currículo no mediremos nunca el impacto que tienen en la vida de los niños y jóvenes. De hecho, también negativo, como me contaba un grupo de jóvenes esta semana. Si bien es un tópico decir aquello de que todos citamos a un profesor que creyó en nosotros, es también real el trauma provocado por algún docente que, por palabra o acción, nos etiquetó. Ojalá para esto, sí, éste sea el último curso, y los profesionales sean conscientes a cada momento el impacto de sus palabras en las mentes y emociones en construcción de nuestros escolares. El buen trato recibido es una de las piezas más consistentes de la madurez emocional.
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Termina esta semana un curso que terminó hace varias. Y sabemos que en septiembre tendremos una nueva oportunidad para hacerlo todos mejor.
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