La primera cita con el colegio

La admisión de alumnos, en este sentido, es la gran ocasión en la que se pide la opinión de las familias. El sistema educativo lo vive en un 'ay', porque esa decisión cierra aulas, amplía colegios, traslada docentes y, ahora, elige la lengua vehicular de enseñanza. Después, ya dentro, el 'ay' cambia de bando y es la familia la que participa a la defensiva, reactiva, según soplen las calificaciones o se adapte el niño al centro y a los compañeros. Aprovechen, padres, la ocasión, disfruten del momento.

Estaría bien convertir esta fecha en importante, al igual que lo es el Selectivo en cuanto a estación término de la escolarización no universitaria. La escuela es cíclica y, por tanto, para el sistema todo se repite y la rutina facilita tanto el perfeccionamiento como mitiga la épica. Es decir, para el profesorado, para la política, para los proveedores, incluso para los periodistas, curso tras curso llegan los mismos procesos con cifras actualizadas.

En cambio, para la familia que busca colegio, éste es un mes especial que condicionará la próxima década y media de la logística doméstica, afectará incluso a las amistades de la pareja y, sin duda, influirá en la vida del niño o niña que entrará en septiembre en el aula elegida. Puede ser una decisión tomada a la ligera, de manera automática, por tradición, por comodidad o por ninguna de las anteriores porque la familia, pese a lo que pueda parecer, no tiene por qué rendir cuentas de la opción, u opciones, elegidas. No se dejen arrastrar al mundo de las justificaciones o las excusas, porque en democracia, dentro de la ley, quien rinde cuentas es el gobernante y no al contrario.

Por eso me gusta darle pompa al asunto, añadirle formalidad y ceremonia, vestirlo de gala, digamos, al igual que uno hace las cuentas para Hacienda arremangado. Debería, de alguna forma, solemnizarse esa entrada del niño en sociedad que es la escuela, cuando su tutela, aunque sea por unas horas, pasa a manos de un representante de la sociedad, el docente, que no es de la familia. También cuando se oficializa uno de los grandes derechos como es el de la Educación que nos permite, o debería permitir, progresar por nuestro esfuerzo y no por la cuna.

En lo concreto, además, con los cambios legislativos las familias no quedan encorsetadas por las cercanías y, aquí está el terremoto, con su elección determinarán el modelo lingüístico del centro una vez entre en vigor la ley de libertad educativa. Esta responsabilidad de decisión, cuanto menos, da para tomárselo en serio.

En serio. Muy en serio. También con confianza. Hay que desmontar el mito de que existe «el mejor» colegio. No hay mejor, porque las circunstancias de cada familia son tan diversas como los colegios, porque la adaptación del niño no se puede predecir para los próximos diez años y porque lo esperable es que no haya uno sino un buen puñado de centros que se adapten a las preferencias de cualquier familia. Habrá tantos felices con su segunda, tercera, enésima opción como descontentos con su primera. Les sugiero sustituir lo de «mejor» por simplemente «bueno».

Llega una nueva admisión de alumnos con los nervios de una primera cita, las dudas de las primeras impresiones y la incertidumbre de si durará el enamoramiento. No es, por tanto, un mero trámite administrativo.