El tiempo de las mayorías absolutas arrolladoras parece muy lejano. Aquellos 202 diputados del PSOE de Felipe González en 1982, con el 48,11% de ... los votos; o más recientemente, los 186 de Mariano Rajoy en 2011 (44,63% de las papeletas, porcentaje casi idéntico al obtenido por José María Aznar en 2000). También en Valencia hemos conocido triunfos abrumadores para uno de los partidos en liza. En 1983, Joan Lerma obtuvo 51 de los 89 escaños de Les Corts, con el 51,77% de los votos. El PP superó la simbólica barrera del 50% de apoyos populares en los comicios de 2007, con Francisco Camps como cabeza de lista. En ese año, en las municipales, Rita Barberá batió el récord: 56,67% y 21 de 33 concejales.
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Todo esto es Historia. El bipartidismo ha resistido bien en España, mejor que en otros países de nuestro entorno, como Francia o Italia, donde han desaparecido formaciones clásicas. Pero ni el PP ni el PSOE están ya en disposición de reunir tanto respaldo como hace años. La aparición de nuevos partidos -Ciudadanos, Podemos y Vox- ha alterado por completo el mapa electoral, aunque no tanto como los líderes de estas marcas hubieran deseado. De hecho, dos de ellos -Pablo Iglesias y Albert Rivera- ya no figuran al frente de las mismas por haber medido mal su fuerza.
En el caso de Ciudadanos, Rivera pensó que podía aprovechar la crisis del PP para afianzarse como la gran referencia del centro-derecha español. Ya sabemos cómo acabó su órdago, con una caída espectacular del número de diputados, su salida de la presidencia y una crisis abierta que está muy lejos de resolverse. Antes al contrario, el partido naranja ha ido encadenando debacles electorales con renuncias de cargos, sonados abandonos y una refundación fallida y condenada al desastre el próximo 28-M.
Todas las encuestas -incluso las de Tezanos, lo cual tiene mucho mérito- coinciden en que Ciudadanos va a desaparecer del mapa político español. En Les Corts Valencianes no llegarán al 5%, lo que les dejará sin representación. Tal vez Begoña Villacís consiga un concejal o dos en el Ayuntamiento de Madrid y es posible que hasta sea decisiva. Pero eso no servirá para disimular la catástrofe general, la pérdida de votos, de representatividad, de cuota de poder. La política es así de cruel, no perdona. Un partido que hace años pudo haber formado Gobierno con el PSOE -en una coalición que hubiera sido un experimento muy interesante- se encamina hacia la irrelevancia, la depresión permanente y el hundimiento. Con una desbandada que ya ha comenzado a producirse y que en las próximas semanas podría intensificarse.
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No es justo que Ciudadanos acabe así. El proyecto, nacido en Cataluña contra el monopolio del nacionalismo -y su colaborador necesario, la izquierda-, se fue extendiendo por España como una cuña a ratos liberal y a ratos socialdemócrata entre un desorientado PP y un PSOE cohibido ante el imparable ascenso de Podemos. Ciudadanos sonaba fresco, diferente. Incorporó a profesionales de prestigio, muchos de los cuales han vuelto a sus ocupaciones anteriores una vez se ha visto que el partido entraba en barrena. No vivían de la política, tenían «casa a la que volver», por emplear la expresión que recientemente escuché en boca de Adela Cortina.
No es justo, no, pero es lo que hay. Rivera se equivocó, cambió bruscamente el rumbo y no vio el gigantesco iceberg que tenía a estribor. Resultado: el hundimiento del Titanic. Pero incluso aquí hubo supervivientes. Y de eso se trata ahora, de salvar lo que se pueda, de evitar que todo se pierda. O al menos, de no contribuir a la victoria del nacionalismo contra el que precisamente nació Ciudadanos. Sería un final muy triste.
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Hay dos bloques ideológicos que están muy igualados, derecha e izquierda. Pero el alineamiento del 'progresismo' con el nacionalismo altera el equilibrio de fuerzas. A un lado, hay espacio para dos partidos, PSOE y Podemos. Si entra un tercero -Sumar- sin coaligarse con los morados, su fracaso está garantizado. En el otro lado, PP y Vox. No queda hueco para Ciudadanos, cuya presencia -por la aplicación de la ley d'Hont- sólo puede contribuir a restar escaños a las fuerzas liberal-conservadoras. Por consiguiente, lo razonable es ir en la lista del PP o, directamente, retirarse para que, en el caso de Valencia y de la Comunidad, no vuelvan a ganar Ribó y Puig. Ese sería el mejor servicio que podrían prestar tanto Fernando Giner como Mamen Peris. Lo contrario será su suicidio político.
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