El ministro tuitero, Óscar Puente (en realidad, todos lo son, les obligan sus partidos, lo que ocurre es que en este caso roza niveles enfermizos, ... de adicción) ha criticado al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, por anunciar que votará a favor del famoso decreto del Gobierno. «Van como pollos sin cabeza», sentenció el dirigente socialista en la red social X. Como es sabido, el decreto no salió adelante en un primer intento por el voto en contra de Junts y de los populares; un posterior pacto con Puigdemont recondujo su tramitación hacia un texto del que se han eliminado algunas medidas pero se mantiene la revalorización de las pensiones, aunque también la cesión al PNV de un edificio en París, un nuevo trato de favor a los nacionalistas que la derecha había denunciado. Más allá de los excesos verbales de Puente -hoy en Valencia, en el congreso del PSPV, hará una demostración de sus dotes para el espectáculo de la crispación- es pertinente preguntarse si el PP, la derecha moderada, va de la mano de Feijóo como un pollo sin cabeza, acusación en la que coinciden -mira tú por donde- no sólo el ministro de Transportes y otros destacados dirigentes de la izquierda sino también los líderes de Vox y algunas voces del propio PP, que de manera más o menos explícita declaran a quien les quiera escuchar que el gallego no es la mejor opción y que para ganar a Sánchez no tienen otra vía que encomendarse a Ayuso. Lo cierto es que este nuevo ataque al partido más votado en las últimas elecciones -y que hoy ocupa los bancos de la oposición gracias a los pactos contra natura del PSOE- se produce cuando la derecha radical y sin matices triunfa por todas partes. En Italia con Meloni y en Argentina con Milei, en Estados Unidos con Trump y ya veremos qué pasa en Alemania y en Francia. Así que tan oportuno como formular la pregunta y debatir sobre ella será reconocer que la derecha, en nuestro caso el PP, tiene un serio problema. Porque si se mueve mucho hacia el centro en busca de los votantes templados -aquellos que no le deben fidelidad a unas siglas y pueden cambiar de partido en función de las circunstancias y de cómo haya gestionado el gobernante- corre el riesgo de dejar que Vox crezca y se asiente aún más. Mientras que si se lanza a disputar a los de Abascal los apoyos de los ciudadanos con opiniones más extremistas, el agujero negro le aparecerá por el centro, que es el que, a decir de los especialistas en procesos electorales, dan y quitan la victoria. La polémica provocada hace una semana a raíz de la publicación en estas mismas páginas de un artículo de Esteban González Pons crítico con Donald Trump, favorable a la obispa Mariann Budde y a la propia existencia de obispas en el Iglesia católica ha sido la mejor demostración del dilema al que se enfrenta el PP de Feijóo. ¿Es el partido de Jorge Fernández Díaz o de Esperanza Aguirre el mismo que el de González Pons? También es pertinente plantearlo. Sabemos que en la derecha conviven más o menos pacíficamente los democristianos (de los que algunos son más demócratas que cristianos y otros más cristianos que demócratas), los conservadores y los liberales. Y que los más radicales de entre los conservadores y los liberales así como esos que podríamos definir -no despectivamente- como nacionalistas españoles o españolistas, se han ido a Vox, unos temporalmente y otros para no volver. Y sabemos que en un próximo Parlamento si el PP pacta con Vox para formar Gobierno no podrá contar con el respaldo de un partido conservador pero nacionalista, como el PNV, ni con el de Coalición Canaria. Por contra, si se llegara a sentar a negociar con Junts -algo impensable mientras siga en manos de Puigdemont- los voxistas se negarían a hablar. ¿Entonces? Buena pregunta. Entonces hay que procurar gestionar de la mejor manera posible este terrible dilema, evitando las excentricidades propias de los populismos, huyendo de la tentación ultra, estudiando muy detenidamente los pasos a dar para no cometer errores y, por encima de todo, tratando de ampliar la base electoral del partido. Es decir, ganando un centro sociológico al que el PSOE sanchista ha renunciado al podemizarse, al ponerse el traje antisistema, al cooperar en el desmontaje del Estado de derecho, al sumarse a la campaña de la extrema izquierda y los independentistas contra la Transición. No lo tiene fácil el PP pero tampoco es una misión imposible. Lo que tengo claro es que con excesos como los de Esperanza Aguirre o Fernández Díaz no va a ser como Feijóo llegue a la Moncloa.
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