Cuando alguien de derechas me argumenta que el Gobierno de Sánchez es ilegítimo porque perdió las elecciones ante Feijóo siempre les recuerdo que en 1991 ... Rita Barberá conquistó la Alcaldía de Valencia a pesar de quedar en votos y escaños por detrás del PSPV de Clementina Ródenas. Política de pactos se llama. Asunto bien distinto es que el líder socialista se haya aliado con socios con los que dijo que jamás llegaría a un acuerdo para gobernar, lo que lo convierte en un mentiroso compulsivo y en un dirigente nada fiable. En cualquier caso, la democracia tiene estas singularidades. ¿Quería el pueblo español el 23-J de 2023 que lo gobernara una amalgama de socialistas, comunistas 2.0 disfrazados de Armani, independentistas catalanes, hijos y hermanos políticos de ETA y nacionalistas más de derechas que Abascal? No creo pero el resultado lo permitió y ahí siguen. Según Zapatero -el oráculo de Sánchez-, hasta 2027. A mí, obviamente, me repugna semejante combinación tóxica pero entiendo y defiendo que hay que respetar que esas son las reglas del juego y que valen para todos. Valen para que el PSOE pacte con radicales como valen para que el PP haga lo propio. Café para todos. El sistema democrático no garantiza una buena gestión de los recursos públicos pero es el único admisible en sociedades abiertas, en pleno siglo XXI. Al menos en Europa occidental , otra cosa es en África, Asia, los países con mayoría musulmana... No hay que tener miedo a votar. Al contrario, lo que hay que hacer es participar. Me fascina la campaña de la izquierda y el nacionalismo valenciano, de sus terminales mediáticas, de su aparato de agitación y propaganda, de sus sicarios tuiteros y de la legión de estómagos agradecidos que viven de subvenciones y canonjías procuradas ahora por el Gobierno central y por los ayuntamientos que controlan (como antes por el Botánico) en contra de las votaciones para que los padres de los alumnos decidan en qué lengua quieren que sean educados sus hijos. Me fascina, digo, porque como ya apunté son los mismos que reclamaban «el derecho a decidir» de los catalanes. O los que, como ha recordado el decano de los pedagogos, impulsaron someter al veredicto de las urnas la jornada continua en los colegios. Para unas cosas, cuando les interesa, sí que vale el modelo de que sean los padres los que con sus votos elijan la mejor opción. Pero como ahora ven amenazado el monopolio lingüístico y los chiringuitos educativos, culturales y lúdicos que han montado a su alrededor, la democracia les produce un sarpullido. Lo suyo, por si quedaba alguna duda, no es la coherencia.
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