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Los vuelos baratos, ahora también los AVE, los apartamentos turísticos y otras modalidades de alojamiento han revolucionado el concepto de viajar. Que ha perdido por ... completo el glamur, excepto para las clases más adineradas que pueden permitirse lujos que no están al alcance de la gente llamémosla 'normal'. El concepto 'low cost' (malditos ingleses, ¡devolvednos Gibraltar de una vez, piratas!) no sólo se ha impuesto sino que se ha generalizado a otros ámbitos o actividades humanas. La ropa, la restauración, los móviles, los coches, nada escapa a una tendencia de abaratamiento que facilita el acceso de quienes antes contemplaban la fiesta desde fuera. En la construcción, el término 'casas baratas' viene de antiguo, no es actual. Concretamente, de finales del XIX y principios del XX, cuando gracias a una legislación aprobada específicamente para este fin se levantaron miles de viviendas destinadas a la clase obrera, con materiales y acabados de peor calidad. De una o dos plantas, solían emplazarse en el extrarradio de las grandes ciudades, en terrenos poco cotizados. Este proceso permitió dar solución a la llegada de miles de inmigrantes procedentes del campo y que querían trabajar en unas fábricas que demandaban más y más mano de obra. En los edificios públicos o en los privados que podríamos englobar en la categoría de emblemáticos o simbólicos, se ha huido tradicionalmente de este concepto de abaratamiento. Es famoso el caso del metro de Moscú, una obra de ingeniería cargada de boato y ostentación, en contraste con la monótona imagen de sus horribles bloques de hormigón 'made in' la URSS. Hace poco, leía en el suplemento cultural de El Mundo una entrevista con el arquitecto Thomas Heatherwick, presentado como «el defensor de la arquitectura emocional». El titular lo dice casi todo: «Los edificios aburridos tienen un impacto en el cerebro, aumentan el estrés y el cortisol». Las ciudades están saturadas de edificios feos, repetidos, impersonales, fríos, excesivos en su volumen o su altura, mal cuidados. Por eso, la arquitectura de estaciones, sedes oficiales, universidades, colegios y hospitales debe cuidarse al máximo. También la de los recintos deportivos. Pero mientras el Roig Arena avanza y se convierte en una de las imágenes de Valencia, el proyecto del nuevo Mestalla amenaza, por su elevado coste, con degenerar en un pastiche 'low cost', con acabados cutres, la cubierta a medio hacer, la fachada de cartón-piedra, restando de aquí y de allá para ahorrar. Y si la obra ya es en sí misma desafortunada, si encima se termina mal...
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