En un Estado de derecho, como España, los servidores de la ley son una garantía, un alivio para el ciudadano, no un riesgo. Para el ... ciudadano que cumple con las normas, por supuesto. Si un conductor no ha bebido y no ha infringido el Código de circulación, no debe temer que lo pare en un control de carretera una pareja de la Guardia Civil. El nerviosismo viene cuando uno no ha hecho los deberes y sabe que el profesor lo va a pillar. La Benemérita, como la Policía Nacional y, en parte, el Ejército, tiene mala fama entre algunos sectores de la población, que asocian su actividad profesional a la represión y la limitación de derechos y libertades. Los excesos cometidos por algunos de sus miembros en otras épocas o el mal recuerdo que la extinta mili dejó en los hombres que la hicieron aún se puede sentir en algunas opiniones y reacciones más emocionales que racionales. Como las críticas al nombramiento del teniente general en la reserva Gan Pampols como vicepresidente para la reconstrucción por el simple hecho de ser militar de carrera. Lo que, al parecer, lo imposibilita para ejercer el cargo, según ciertos dirigentes de la izquierda valenciana y del nacionalismo, que tanto monta, monta tanto. Hay quien todavía piensa en «los grises» y en las cargas en los campus universitarios a finales de los sesenta y principios de los setenta, durante la fase terminal del franquismo... ¡hace más de cincuenta años! Del gris de los uniformes evolucionaron al marrón (terrible, horroroso) y del marrón al azul oscuro (mucho más apropiado). La Guardia Civil mantiene su verde de siempre y hasta su tricornio, seña de identidad del cuerpo. A pesar de su edad, 36 años, la podemista Irene Montero ve a un agente y se imagina a un esbirro de la dictadura que reprime, maltrata y tortura. Nacida en 1988, la hoy eurodiputada y ayer ministra de Igualdad ve gigantes donde sólo hay molinos de viento. Personas de raza negra donde la Guardia Civil pone ladrones con pasamontañas. Pero es que Irene Montero ve un soldado o un policía y empieza a rascarse como si de repente le hubiera salido un sarpullido. No lo puede evitar. No le ocurre lo mismo cuando viaja a Venezuela o a Cuba. Allí, los hombres de uniforme le resultan tranquilizadores, puyede que hasta simpáticos.Y las cárceles donde se tortura a los opositores son, en su febril imaginación, centros de reeducación para ciudadanos asociales. Lo de Irene Montero, aunque complicado, tiene cura. Pero lo primero es que ella admita su problema, que reconozca que ve cosas que los demás no vemos. Si no da ese paso, no hay nada que hacer.
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