Promotores del odio
Se demoniza al rival político, se le impide hablar y se le señala como «fascista». O se niega su legitimidad para el cargo. Y luego pasa lo que pasa
Hace un par de semana, la exdiputada de Vox Macarena Olona fue agredida, insultada, zarandeada y maltratada por una turbamulta en la Universidad de Granada, ... a donde fue para pronunciar una conferencia. Los valientes antifascistas, actuando en grupo, se enfrentaron heroicamente con una mujer que les plantó cara. Como ya hizo en su día Cayetana Álvarez de Toledo. Que una gran mayoría de la población no sea violenta ni asuma los postulados radicales no debe llevarnos a despreciar la importancia y el peligro que representan aquellos que hacen del odio al contrario y de su total erradicación su razón de ser y de existir. Con los productos inflamables hay que llevar siempre mucho cuidado. La historia de España es trágica. Lo es especialmente en el siglo XIX (guerras carlistas, revoluciones, alzamientos militares, una república, el cantonalismo las guerras coloniales, atentados, represión...) y en el XX (dos dictaduras, otra república, la guerra civil, la revolución del 34, la semana trágica, el terrorismo, el ruido de sables en los cuarteles...). En nuestro caso, paz y prosperidad en libertad es una excepción. Así que si no queremos quemarnos, no encendamos el fuego junto a un bidón de gasolina. El bidón es la dana y el fuego es el que en cada sesión de Les Corts prenden los diputados de la oposición con sus vejaciones a Carlos Mazón. La crítica a su actuación, la exigencia de que asuma responsabilidades y la petición de que dimita no tiene por qué adornarse de descalificaciones inaceptables hacia quien hoy es el presidente de la Generalitat Valenciana. No todo vale. No vale el insulto para montar una monumental bronca en la Cámara autonómica y pescar votos en el río revuelto del descontento ciudadano. No vale señalar a los que se estigmatiza como «fascistas» porque ese es un método totalitario y que promueve la violencia. Los nazis no pensaban que estuvieran cometiendo un crimen cuando mataban o torturaban a un judío. Sentían hacia él lo mismo que el hombre que aplasta una molesta cucaracha que invade su espacio doméstico. Al deshumanizar al rival, todo está permitido. Una mujer, Macarena Olona, deja de ser mujer, es sólo una fascista a la que se puede vapulear sin que nadie acuse a los agresores de machistas o maltratadores. Un dirigente, Carlos Mazón, deja de ser una autoridad respetable y pasa a ser objeto de escarnio público. Todo sea con tal de recuperar la Generalitat perdida. Estos promotores de la intolerancia no deberían quedar impunes. Y si tuviéramos una fiscalía independiente actuaría de oficio contra estos (presuntos) delitos de ocio.
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