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Es lógico que los dirigentes de Vox, empezando por Abascal, sientan envidia al ver lo que partidos de corte similar al suyo están logrando allende nuestras fronteras. Han conocido el éxito de Nigel Farage con el 'Brexit' -con la inestimable ayuda de David Cameron, todo ... hay que decirlo- y la victoria de Donald Trump en las presidenciales de 2016. Y ven cómo Meloni gobierna en Italia y Le Pen podría hacerlo en Francia en 2027 (porque lo del domingo pasado, la supuesta 'victoria' del Nuevo Frente Popular, no puede ocultar la realidad, y es que Reagrupamiento Nacional fue el partido más votado, aunque no el que logró más escaños en la Asamblea). Podríamos seguir con Hungría o Polonia, o con el ascenso de fuerzas de su órbita ideológica en Austria, Alemania, Holanda... Por no hablar de las encuestas que vaticinan que Trump volverá a la Casa Blanca. O de que Milei sea el presidente de Argentina. Todo este panorama internacional puede provocar que en Vox piensen que es su momento, que ha llegado la hora de adelantar al PP y de configurarse como la auténtica alternativa a la izquierda gobernante y a sus pactos con las fuerzas nacionalistas e independentistas, sean progresistas o conservadoras. En estas situaciones, la clase política tiende a encerrarse, a recluirse y no salir de su burbuja, por lo que ven reforzadas sus ideas y planteamientos. Desde su entorno, a través de las redes sociales, le llegará a la dirección de Vox la confirmación de que así no se puede seguir, que el PP sigue siendo la derechita cobarde y acomplejada que es capaz de pactar con el PSOE sanchista. Por lo que conviene romper. Y no habrá nadie que les diga que España, de momento, no es Francia, no es Italia, que aquí los partidos tradicionales, los que han gobernado desde 1982 hasta la actualidad -el PSOE y el PP- han resistido a la llamada «nueva política», que de nueva ya no tiene nada. De hecho, ha envejecido pronto y mal, como el guaperas del colegio al que te encuentras cuarenta años después y no lo reconoces porque el tiempo, la vida, lo ha tratado mal. Vox, salvo cataclismo social inesperado, salvo nueva intentona independentista en Cataluña (poco probable por ahora), salvo que la crisis migratoria alcance niveles de desesperación y de tensión que hoy por hoy no parecen cercanos, no va a superar al PP, ni siquiera se le va a aproximar. Por lo que tiene que decidir qué quiere ser de mayor, un partido friki y radicalizado, de oposición sistémica y sistemática, o una formación de gobierno que logre algunos avances y se tenga que tragar muchos sapos. Pasión frente a razón, corazón o cabeza, sentido común o visceralidad.
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