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ELENA CROBU
¡No quiero ser la mejor ciudad!

¡No quiero ser la mejor ciudad!

Es preciso encontrar el término medio entre la Valencia cosmopolita que atrae cada vez más turistas y la nostalgia ruralizante y cateta del nacionalismo

Pablo Salazar

Valencia

Miércoles, 15 de enero 2025, 23:21

Lo he escrito alguna que otra vez -es lo que tiene cumplir años y opinar casi a diario- y no me cansaré de repetirlo. Aunque ... clame en el desierto como le ocurre a mi amigo Nacho cada vez que me dice que tengo que hacer deporte y yo le contesto como el personaje de José Mota: «Sí, pero hoy no... ma-ña-na». Tiene que haber un término medio entre la nostalgia ruralista de la izquierda nacionalista valenciana y la ensoñación cateta de querer ser otro Montecarlo, o la Florida o la California europea (ahora que arde Los Ángeles por los cuatro costados ya nadie se acuerda de aquella referencia). Entre pretender que todos nos movamos en bicicleta por caminos de huerta en los que alegres y jóvenes agricultores (que no sé de dónde los sacarían) recogen cebollas y coles y circular con un Ferrari por el circuito urbano. Un punto de sensatez y de equilibrio en el que una ciudad pueda colmar sus aspiraciones cosmopolitas sin perder su esencia. Y sobre todo, sin que sufran sus ciudadanos. Porque el principal problema de la conversión de las urbes en escenarios para el turismo, en parques temáticos, es que los residentes de toda la vida son desalojados de sus espacios residenciales. Ya no hablo sólo de los vecinos que ven cómo sus barrios son ocupados por apartamentos turísticos y hoteles. Y que en los locales comerciales florecen franquicias donde en su tiempo hubo panaderías, ferreterías, carnicerías, ultramarinos... Sino, en general, de los habitantes de fuera del casco histórico que de una forma u otra sufren la colonización foránea, con lo que los bares y restaurantes de toda la vida y las tiendas con encanto desaparecen para dejar paso a otro tipo de negocios destinados al monocultivo. Así que por favor se lo pido. A quien corresponda, que cantó el gran Serrat (siempre Serrat). «Que las manzanas no huelen/que nadie conoce al vecino/que a los viejos se les aparta/después de habernos servido bien». No, no era esto. Lo que les pido, les suplico, es que no pongan a Valencia como la mejor ciudad de nada. La mejor ciudad para los Erasmus. La ciudad con la mejor calidad de vida de Europa. O la última, la mejor ciudad del mundo para jubilarse, según la revista Forbes. Del mundo, ¿eh?, quasi res porta el diari. Cada vez que en la edición digital del periódico publicábamos una noticia o un reportaje sobre las calas de Moraira, lo buenas que son, la calidad de sus aguas, sus encantos naturales, mi hermano me llamaba para abroncarme. Si seguís así, me decía, no dejarán de venir domingueros (que es lo que, en efecto, ocurrió). En Valencia vamos camino de. Ya no cabe más gente.

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