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Vaya por delante que Isabel Díaz Ayuso no estuvo acertada cuando habló de la creación artificial de un sentimiento regionalista en Valencia. Pero no porque ... no tenga derecho a decir lo que quiera sobre los valencianos. ¿O es que Ximo Puig no suelta siempre que puede lo de la aspiradora madrileña y todo ese discurso que tan buen rendimiento le produce en Barcelona y en los sectores más nacionalistas y/o federalistas? Pues café para todos. Sino porque a la presidenta de la Comunidad de Madrid no le prepararon bien su intervención. O alguien se pasó de listo y donde ponía nacionalista escribió regionalista. Cuando ni por asomo es lo mismo. El regionalista no busca romper con España, al contrario, cree en una unidad nacional basada en la diferencia, la diversidad, no en la uniformidad. España no es Rusia, no tenemos once husos horarios, pero el paisaje, la gastronomía, las fiestas, la arquitectura, el clima y, por supuesto, la existencia de lenguas autóctonas configuran un mapa que no es homogéneo. Se puede ser muy valenciano y muy español. De hecho, esta región o comunidad autónoma ha destacado por esa convivencia pacífica y enriquecedora entre los dos sentimientos. El regionalismo valenciano no se ha inventado en el siglo XXI, ni hay que ir a buscarlo en la Unión Valenciana de González Lizondo, sino mucho más atrás, en la Renaixença, en los autores e intelectuales de finales del XIX y principios del XX. En la experiencia política más reciente, UV acabó perdiendo su razón de ser cuando su aliado postelectoral, el PP, se quedó con su discurso, mientras algunos de los dirigentes regionalistas flirteaban absurdamente con un nacionalismo impostado.
A Ayuso le prepararon un discurso con una palabra equivocada. No era regionalismo, era nacionalismo. Porque ahí si que se trata de una construcción artificial. El nacionalista periférico no es leal a España, busca el beneficio exclusivo para su territorio y, a largo plazo, la separación del Estado. En Valencia, el nacionalismo nunca pasó de ser un movimiento político muy minoritario, aunque influyente en sectores académicos y culturales. Hasta que Compromís encontró la fórmula para salir de ese reducto, ampliar su espacio electoral y llegar al poder. Operación que no hubiera sido posible sin algunos respaldos mediáticos y la interesada colaboración del PSPV, partido que, como se sabe, guarda en su interior un alma nacionalista. Y con el Botánico empezó -aquí sí- un proceso identitario que hace de la lengua -«la nostra llengua», dicen, jugando al equívoco- el principal elemento sobre el que levantar todo el entramado. Y a partir de ahí se crea «un país donde no lo había».
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