Pues igual sí que va a hacer falta no una celebración pero sí una reflexión de los 50 años transcurridos desde la muerte de Franco, ... ocurrida un 20 de noviembre de 1975. Desde luego, no para exaltar las bondades y los logros del socialismo gobernante en la mayor parte de este periodo histórico sino para intentar desentrañar las razones por las que hemos vuelto al pasado. Hablo, claro, de esos gritos terribles que se escucharon durante el escrache al presidente de la Generalitat en Orihuela. «¡Mazón al paredón!». La rima fácil, en consonante, que inmediatamente nos recordó a otro personaje que sufrió semejante improperio en el tramo final del franquismo y tras la desaparición del dictador: «¡Tarancón al paredón!». Medio siglo después, con más de ochocientas víctimas del terrorismo etarra, con un golpe de Estado, con un golpe secesionista, con la entrada en las instituciones europeas, con la mayor red de AVE de todo el viejo continente, con todo lo bueno y también con todo lo malo de estos cincuenta años para al final darnos cuenta de qué poco hemos cambiado. Que seguimos instalados en la misma barbarie que lleva a desear hoy el fusilamiento a un dirigente político como ayer a uno clerical. ¿Serán los mismos? No, evidentemente no. Aquellos eran miembros de la extrema derecha, del núcleo duro del régimen, disconformes con la apuesta a favor de la democracia, las libertades y los derechos humanos del cardenal Tarancón. Y estos son de extrema izquierda, activistas que acuden a reventar un acto y sacan lo peor del ser humano, sus instintos más primitivos. No pueden ser los mismos pero sí que son lo mismo, la misma cara, desde un lado y desde el contrario, del fanatismo y del odio al otro, al rival político, al diferente. En la polémica biografía sobre Franco (la crítica en El Mundo apuntaba con desdén que es «la que gustará a Pedro Sánchez», como si Pedro Sánchez fuera a leer esta o cualquier otra...), Julián Casanova recuerda las interminables colas que se formaron para despedir al Jefe del Estado: «Muchos, más mujeres que hombres, lloraban como si su muerte fuera una catástrofe (...) El desfile ante el cadáver se prolongó hasta las primeras horas de la mañana siguiente». La fidelidad a una dictadura puede ser tan tóxica como la radicalidad de los extremistas, los que ya no se conforman con el «¡Mazón dimisión!» y van un paso más allá, «¡Mazón al paredón!». Es a los que nos conduce el fenómeno de la visceralidad, el enfrentamiento sin matices, alimentado por las redes sociales. La polarización, que no la polaridad. Aunque de esto hablaremos mañana.

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