Hablábamos ayer de la distinción entre polaridad y polarización. Es lógico que al igual que hay aficionados a los toros existan antitaurinos. Otra cosa es ... cómo expresen sus opiniones y sentimientos. 'Runners' y 'antirunners'. Veganos y carnívoros. O, a nivel local, falleros y antifalleros. Pero ojo, que nos encuadren a todos en una categoría o en la contraria. No soy fallero, no he pertenecido nunca a una comisión. Pero no me incluyan en el grupo de los antifalleros. Y menos en el de los furibundos. He vivido las Fallas y las he disfrutado. Me encantan las mascletaes y admiro la falla cuando merece la pena, que desgraciadamente es pocas veces. Porque, no nos engañemos, en muchos casos no es más que la excusa para montar una carpa donde comer, beber y bailar. Y todo ello es no sólo comprensible sino legítimo pero tiene poco que ver con la fiesta en la calle, con la ocupación temporal de la vía pública. El problema del tiempo presente -uno de los problemas del tiempo presente- es que la polarización conduce a los bandos, o estás conmigo o estás contra mí. O eres fallero y todo te parece bien o eres antifallero y tienes que criticar absolutamente todo. No hay matices. No hay tercera España, que diría Armando Zerolo. Pero en este caso, excepcionalmente, la hay. La formamos aquellos que nos sentimos orgullosos de ser valencianos y de la repercusión nacional e internacional de las Fallas. Por lo que nos duelen aún más esos excesos que las desvirtúan y desprestigian. Las verbenas junto a la Lonja y el meadero público en los muros de nuestro único monumento Patrimonio de la Humanidad. La invasión de las churrerías humeantes. La dictadura de los petardos. Las fallitas birriosas. ¿Somos menos valencianos por ello? No, antes al contrario. Queremos lo mejor para nuestra ciudad y para su fiesta. Y buscamos la racionalidad entre el caos. Así que, querido Iñaki Zaragüeta, amigo y maestro, cuando el domingo, día 23 de febrero, vi que en la edición digital de nuestro periódico titulaban 'Ya están aquí las Fallas', a casi un mes de su finalización, me acordé del chiste aquel que contaba creo que Arévalo. El del grupo de seguidores de Emiliano Zapata que van a caballo y cuyo líder grita ¡Que viva Zapata!, y todos responden ¡Que viva!. Y cabalgan y cabalgan y el cabecilla vuelve a gritar ¡Que viva Zapata! y todos responden, con menos entusiasmo, ¡Que viva! Y así siguen cabalgando y mostrando su fidelidad hacia el revolucionario mejicano, aunque cada vez más cansados. Hasta que al final, tras horas de ruta agotadora y ante la enésima proclama, uno responde, ¡Que viva pero que no viva tan lejos!

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