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Ocho y media de la mañana del viernes. Estación del metro de Aragón. Llega el convoy destino 'Aeroport', viajeros que salen y viajeros que entran. ... Muchos, la mayoría, se quedan delante de las puertas, incluso con maletas y maletones XXL como el baúl de la Piquer, con lo que en cada parada se monta el guirigay correspondiente. Con algún que otro «perdón» enfurruñado y un par de ligeros empujones ante estatuas de sal que miran fijamente la pantalla del móvil, me abro hueco hasta la zona menos saturada ubicada entre los asientos marcados como reservados. El cartel es bien visible, pegado en el cristal a lo largo de todo el banco. No es pequeño y, además, está escrito en tres idiomas: castellano, valenciano e inglés. El dibujo que lo ilustra tiene su gracia. Una mujer embarazada, un chico con el brazo escayolado, un hombre ciego con su perro lazarillo, una pareja de ancianos y un papá con su bebé miran enfurruñados a los dos jóvenes que se han sentado y que permanecen ajenos al mundo y sus problemas. Uno, con auriculares y pendiente del teléfono. El otro, ¡ay!, leyendo un libro. ¿Leyendo un libro? ¡Ja-ja-ja! Levanto la vista para ver si encuentro a alguien, de más o menos edad, en semejante actitud. Y al menos en mi vagón el resultado es que no. Cero. Como también compruebo que el zapato ha desaparecido, todo son zapatillas o botas. Dejemos esto para otro día y volvamos al cartel. Pienso, si aún fuera porque están leyendo algo, lo que sea, daría por bien empleada esta falta de consideración hacia las personas que necesitan viajar sentadas pero no es el caso. El día de autos, ese viernes cualquiera, las seis plazas estaban ocupadas -¿o sería mejor hablar de 'okupadas'?- por otros tantos hombres y mujeres más bien jóvenes que no respondían a ninguna de las categorías citadas. De los tres que tengo frente a mi, dos llevan los cascos para el teléfono y parecen abstraidos, en otra dimensión. La tercera, con pinta de extranjera, está pero no está. Me propongo componer un semblante serio, en plan Clint Eastwood en las películas de espagueti western de Sergio Leone (me falta el purito en la boca). No surte efecto. En parte, supongo, porque mi parecido con el gran Clint de aquellos años es -siendo generoso- más bien relativo. Segundo, porque además del purito en la boca y del sombrero de cow-boy carezco de un Colt en el cinto que quieras que no causaría el impacto deseado. En su lugar, incorporo mi mochila de piel y mi aspecto de profesor de Griego en un instituto de Zamora, que, como era de esperar, no asusta a nadie. Pero sobre todo, y aquí viene el tercer punto, porque los millennials, zetas, equis o lo que sean, se pasan todo el trayecto hasta bajar en sus respectivas estaciones sin despegar los ojos de sus pantallas, mientras la supuesta extranjera, que quizás sea una de Massamagrell que se ha tintado el pelo, permanece en un estado de semiinconsciencia que atribuyo a una noche larga. Así que si quieres arroz, Catalina. Vuelvo a otear el horizonte y localizo a un hombre mayor, lo que antes se llamaba un anciano pero ahora no se puede llamar anciano para que los ancianos no se ofendan. De pie, agarrado como buenamente puede. Le lanzo una mirada por si necesita un rescate pero baja la cabeza y se concentra en no caerse ante la entrada y salida de pasajeros. ASIENTOS RESERVADOS, SEIENTS RESERVATS, RESERVED SEATS. Así, en caja alta para que se vea bien. Da lo mismo, el último que apague la luz. En Madrid, y desde Madrid en el resto de España, se debate ya sobre si es bueno o no que en los colegios se estudie con las tablets y otros dispositivos electrónicos, con partidarios y detractores de su uso. Mientras, yo vuelvo a lo mismo que comenté la semana pasada con 'Adolescencia'. Que está muy bien que discutamos acerca de la educación que deben recibir nuestros hijos en los colegios, cómo actuar ante los casos de acoso, de qué manera limitar la adicción a las redes sociales y cómo combatir modelos que hacen creer a los chavales que pueden hacer lo que quieran con sus compañeras. Todo eso es necesario y está muy bien. Pero no nos engañemos. La batalla principal se libra en los hogares, donde se pasa más horas que en el instituto. Y las carencias respecto a lo que se enseña en las familias son cada día más evidentes. Enhorabuena a la juventud valenciana por su maravillosa y esperanzadora respuesta en los días posteriores a la dana. Pero a ver si algunos de ellos aprenden a leer los carteles del metro, que no teniendo tanto mérito como acudir a los pueblos a quitar el barro también es necesario.
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