Confieso que a veces me entretengo repasando los presupuestos participativos, su estado de ejecución y hasta el relato de cada una de las peticiones. Me ... ayuda a seguir la intensidad de las pulsaciones en los barrios de Valencia, sus necesidades y lo que los vecinos demandan con más urgencia.
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Siempre se ha acusado a los gestores de esta herramienta de permitir la entrada de «caballos de Troya» o directamente de promoverlos. Ya podían hacer pedagogía sus responsables que la sombra siempre ha estado ahí. La legitimidad de las inversiones decididas por los vecinos en un ejercicio de democracia directa se daba de bruces con ejemplos incuestionables como que el carril bici de la avenida Reino de Valencia se hizo tras lograr 67 apoyos y ser introducido el proyecto en 2016 directamente por el gobierno municipal para completar presupuesto.
Podía citar más casos de carriles bici como los 20 votos del que se hizo en la avenida Suecia que avalan el fracaso de las políticas de movilidad en Valencia los últimos ocho años, con iniciativas casi siempre coladas por la puerta de atrás, pero ese no es el tema.
El asunto que más me interesa es asistir al modelo que elegirá la alcaldesa María José Catalá para sus primeros presupuestos participativos. En las cuentas de este año tiene una partida de siete millones de euros con los que las concejalías ejecutarán obras pendientes, sin que después se sepa qué pasará con este interesante modelo de participación.
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En la última votación a finales de 2022 votaron más de 23.000 personas, lo que no está nada mal. El último gobierno depuró el modelo y lo afinó para tratar de hacerlo mejor, aunque siempre se puede ir un paso más allá. Eliminar los proyectos que pueden generar polémica es una de las opciones, como por ejemplo lo ocurrido con el clamoroso error de los arcos chinos en la zona de Pelayo, donde generaron rechazo de los vecinos y agravio comparativo con los promotores de la tematización de Pelayo como calle de la pilota valenciana.
Pero en otras ocasiones, los vecinos preocupados por sus barrios, pendientes de las deficiencias en la puerta de sus casas, son la mejor herramienta de la que dispone el Ayuntamiento para mejorar la ciudad. El arreglo de una acera, la creación de una colonia felina, una cancha de baloncesto o la conveniencia de un paso de peatones son necesidades difíciles de detectar por una Administración que gestiona más de mil millones de euros al año.
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El Ayuntamiento debe ser precisamente la combinación de pequeñas inversiones y grandes ambiciones que logren generar empleo, turismo y calidad de vida. Siendo importante un gran proyecto como el PAI del Grao o la reforma del paseo marítimo, tiene también su valor una calle bien iluminada, un pipi can o la señalización del patrimonio industrial.
Podría decirse que esta semana empieza el nuevo gobierno municipal con su primer presupuesto, aunque no es así. Primero porque tras seis meses el PP y Vox ya han dejado su impronta en numerosas iniciativas y segundo porque la mayoría de inversiones llegan arrastradas del mandato anterior. Catalá no enseña en estas cuentas todavía su huella visible, más allá de una sustancial rebaja de impuestos.
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Esto último es mérito suficiente, podrían decirme, pero la huella la entiendo como algo visible y que perdure. Compromís y PSPV tuvieron su oportunidad con las plazas del centro, las supermanzanas, el plan del Cabanyal y un intento fallido para resolver el embrollo de la Marina. El gobierno actual debe dar su paso todavía.
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