Zarza, zarzamora, zarzal. En la locura mediática de la guerra sin cuartel entre el Gobierno y el Ayuntamiento a cuenta de la Copa América, aderezada ... con la foto de Pedro Sánchez y Víctor de Aldama de colegas de toda la vida, con la guinda de los cuatro goles del Barça al Madrid, entiendo que haya pasado desapercibida la construcción del jardín más simbólico de Valencia, llamado ahora Trini Simó y otrora jardín de Jesuitas.
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Se cierra así uno de los capítulos más relevantes de la historia urbanística de Valencia, que se llevó a políticos por delante, facilitó la creación de movimientos ciudadanos y ha mantenido el «hueco» de la parcela durante décadas en la esquina del paseo de la Pechina con Fernando el Católico. Prácticamente ha afectado a todos los alcaldes desde la vuelta de la democracia a España. Los más jóvenes no se acordarán, pero hubo un proyecto bautizado por los vecinos como las «tres tristes torres» en esa esquina, pegada al jardín Botánico, donde la parte más conocida era la de hacer un hotel. En la etapa de Pérez Casado en la alcaldía explotó la bomba de la oposición a lo edificios, que Rita Barberá conseguió resolver a precio de oro, comprando las parcelas de lo que hoy es el jardín de las Hespérides a cambio de unos solares municipales en Campanar. El resto, más reciente, ya lo conocen. Los propietarios de lo que quedaban se quedaron con la parcela del desaparecido nuevo Ayuntamiento en 2013 tras entregar la esquina donde se hará el nuevo jardín público.
Barberá logró todos los terrenos, que nadie lo olvide, y el exalcalde Ribó sacó a concurso el proyecto para hacer el jardín, de común acuerdo con la Universitat de València por su proximidad con el Botánico, que al fin y al cabo fue el motivo de que no se levantaran las torres.
De aquello surgió «Bardissa», la zarza, iniciativa liderada por Carmel Gradolí y que tiene todos los elementos necesarios para convertirse en un precioso rincón verde. Con el jardín de las Hespérides (Miguel del Rey, Antonio Gallud, Carlos Campos y María Teresa Santamaría) y el Botánico, ya hay quien habla de una «supermanzana verde.
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Será un «hortus conclusus», me encanta el término, resguardado del ruido de la ciudad por un muro que lo aislará del tráfico de Fernando el Católico y la Pechina. Esto permitirá ofrecer un refugio a la fauna urbana. Su diseño ha tenido en cuenta esa circunstancia, con oquedades, jaulas para pájaros y todo tipo de rincones, incluso en las cornisas, para facilitarlo. El jardín en sí será un conjunto de huertos y acequias, un homenaje a la actividad más conocida de Valencia, donde se tendrán en cuenta todos los ciclos y cultivos, con el fin de enseñarlos a los chavales de los colegios que lo visiten y otros grupos. De toda esa parte didáctica debe encargarse el Jardín Botánico, al menos según el proyecto original.
Con las 52 variedades de cítricos que hay en el jardín de las Hespérides y el mismo Botánico, que tiene su parte dedicada a la huerta, presumo que se convertirá en uno de los lugares más apreciados de la ciudad. El gobierno municipal aprobó el pasado viernes el concurso para las obras con un presupuesto de 3,68 millones de euros (en su día se habló de dos millones, otro ejemplo más de algo mal presupuestado por Compromís y PSPV), con un plazo de ejecución de doce meses. Si todo va bien, a mediados de 2026 podremos pisarlo.
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Huertos, caminos y acequias que en esta ocasión han tenido un final feliz. Será la alcaldesa María José Catalá la que «corte» la cinta inaugural, poniendo fin a un capítulo de la vida municipal que engrosa carpetas en las hemerotecas de los periódicos.
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