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Antes de ponerme a escribir estas líneas bajo a tirar una foto a la isla de contenedores de la calle donde vivo. Sabía lo que ... iba a encontrar y que serviría para este artículo. Basura esparcida alrededor de los depósitos como ocurre todos los días.
Lo digo por el plan de choque de limpieza de Valencia anunciado por la alcaldesa María José Catalá para baldear el doble y barrer también por las tardes. El prepuesto aumentará en 140.000 euros al mes.
¿Es mucho o poco dinero? Es la pregunta que me hace un compañero de redacción. Sabe que los números engañan porque esa cantidad es abultada a simple vista pero puede ser una gota en el océano de una ciudad de más de 800.000 habitantes. Según el presupuesto inicial de este año, no miro las modificaciones, la recogida de basura suponía un gasto de 42,50 millones de euros, mientras que la limpieza ascendía a 45,17 millones. es decir que supone un aumento del 3,71% a esta última cifra al aumentarle 1,68 millones de euros al gasto corriente. Si consigue con eso resolver las quejas en los barrios me quito el sombrero.
Aunque yo creo que el problema es otro y tiene relación en parte con la fotografía de mi calle. El incivismo, la falta de educación, de empatía hacia el vecino o sencillamente de neuronas, podemos llamarlo de cualquier modo. El presupuesto para la limpieza en Valencia ha ido subiendo cada año y si no me equivoco el de 2023 es el récord absoluto.
¿Qué ocurre entonces? Pues que a veces no nos merecemos el gasto público, que somos unos guarros o que una derivada de la pobreza ensucia las calles a diario. Elijan el argumento que más les guste. Y si hablamos ya de los grafitis y actos vandálicos en todo el mobiliario urbano y los monumentos, entonces la pregunta debe ser qué tipo de educación se enseña en las familias hoy en día.
Hace años un concejal me dijo que poco podía hacerse si un desalmado iba con su vehículo a toda velocidad de madrugada por una avenida de Valencia, y encima con el tubo de escape modificado. Despertaría a cientos de vecinos que se acordarían de todos los antepasados del conductor y, en segundo, lugar, del concejal de Tráfico o el de Policía Local.
Ocurre algo parecido con la limpieza de las calles. Puede aumentar el Ayuntamiento el presupuesto, como ha hecho Catalá. Será suficiente o escaso, eso dependerá seguramente de las simpatías que tenga cada uno con el partido de la alcaldesa, pero siempre llegará un momento en que el servicio público llegue a su límite. Y es ahí cuando entra en juego el factor del civismo.
Si el jardín del Hospital está hecho unos zorros no es sólo por el caos administrativo acerca de la propiedad y la gestión de esa zona verde entre el Ayuntamiento y la Generalitat. Es porque los que hacen las pintadas en las columnas recuperadas de la excavación arqueológica no son conscientes de que están cometiendo un delito. Sí, un delito porque se trata de patrimonio histórico.
Ya no digo el problema de los rebuscadores en la basura, que se dedican a sacar de los contenedores lo que les interesa, esparcirlo en la acera y en ocasiones romperlo a martillazos para llevarse los metales. Una persona concienzuda en su trabajo ensucia decenas de calles en un día. Seguro que hay alguna ordenanza que multe eso, pero de sirve de poco frente al monstruo de la pobreza.
Demasiados problemas e interrogantes, aunque es sabido que gobernar una ciudad es igual de complicado que un país. O sea, me temo que la suciedad seguirá formando parte de nuestros barrios aunque aumente el gasto de la limpieza.
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