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Que tengan suerte para encontrar una vivienda digna. Es lo primero que pensé cuando leí una nota de prensa enviada por el Ayuntamiento para este ... puente de Pascua, donde decía que en Valencia ya vivíamos 830.606 vecinos a fecha de 1 de enero, lo que supone un récord absoluto. El subidón es importante con esa cifra o con la que ofreció antes el Instituto Nacional de Estadística. Ahora toca cuadrarla tras las alegaciones y llegar a la definitiva pero, en todo caso, sorprende y mucho.
Sorprende porque uno ya tiene edad de pensar en la vivienda para sus hijos, como le ocurre a la mayoría de los vecinos de esta ciudad, donde la edad media está cada vez más cerca de los 50 años. Y todos hemos fantaseado echando un ojo a las plataformas de internet (ahora ya no hay caseta en el solar) para ver los precios y ver si les podemos ayudar con algo. Y sin excepción nos hemos llevado las manos a la cabeza con algunas cifras que pueden ser calificadas de extravagantes.
Pondré un ejemplo cercano. En la calle donde vivo han iniciado una promoción de 90 viviendas. Es una calle modesta, sin ningún comercio salvo un supermercado en una esquina y un restaurante en la opuesta. Bien situada, eso sí. Lo mismo deben pensar los okupas que se han adueñado de unas viviendas en la calle paralela (la ventaja de esto es que la Policía viene bastante buscando droga, artículos robados o personas en busca y captura, lo que prefieran del menú).
Entro decidido para informarme y el buscador me lleva a la promoción. De lujo, aseguran. Como los precios. Una habitación en la primera planta y en el primer piso (se paga más conforme sube uno), a 250.000 euros. Garaje aparte, claro. Si hay aspiraciones a tener familia más allá de un perro o un gato, entonces las dos habitaciones salen por 375.000 euros.
Vale, la compra está descartada, concluyo después de pinchar en buena parte del callejero de Valencia. Antes miro por curiosidad lo más barato. Un bajo de 60 metros cuadrados en el barrio de Velluters en «estado de ruina», según dice el propio anunciante, por 25.000 euros. El segundo es un piso en la Fuensanta por 27.900 euros donde se dice que «debido al estado ocupacional del mismo, no se pueden realizar visitas». Lo mismo pasa con otro en Tres Forques y algunos más en Fuensanta (¿qué pasa en ese barrio?). Tras pensar en lo alucinante que resulta tratar de vender un piso con okupas, me dirijo a la alternativa del alquiler por aquello de no ser tan ibérico, siempre con la mente puesta en la propiedad.
Hago el mismo ejercicio para seguir con la fantasía. El más barato en la misma plataforma sale por 550 euros al mes (la mitad del sueldo de la mayoría hoy en día). Vale. La cuestión es que tiene una habitación y una superficie total de 25 metros cuadrados, con lo de la mascota está casi descartado. El más caro, que se lo estarán preguntando, es un ático por 8.000 euros al mes en el centro de Valencia donde para cocinar algo hay que abrir las puertas de un armario. No bromeo. Eso sí, todo lo demás tiene mucha luz.
Voy inocente de mí a comprobar la oferta pública de viviendas. En AUMSA, la empresa del Ayuntamiento para esto de los pisos, la última información que encuentro es de septiembre de 2023 y ofrece cuatro pisos, con lo que me sobra un dedo de una mano.
El presidente Mazón dijo la semana pasada que quiere acabar la legislatura con 10.000 viviendas nuevas de promoción pública, con el «detalle» de que los Ayuntamientos son los que deben conseguir la mayoría de suelo. Como no me fío mucho de las promesas, seguiré buscando en las plataformas.
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