La dureza del año sabático

La reflexión viene porque en las dos últimas temporadas hemos visto cómo dos figuras de valía contrastada, Alejandro Talavante y Sebastian Castella, después de apenas dos años alejados de los ruedos, les ha costado, sino sangre, sí sudor y alguna lágrima volver a coger el ritmo que en tiempo les permitió llegar a ser considerados figuras en las ferias de postín. Alejandro reapareció a pulmón, sin respiración asistida, anunciándose nada menos que cuatro tardes en San Isidro. Seguro debía estar del Veni, Vidi, Vinci de Julio César. Pero no pudo ser. Hasta que esta temporada, ya en Valencia, sí se le pudo ver que recuperaba los «tempos» que lo hicieron grande.

Parecido le ha sucedido a Castella, que en el invierno reapareció en Colombia, sin suerte, comenzó la temporada española en Fallas, la continuó en Castellón, se citó con Roca Rey en Arles, varios contratos de menor compromiso y hasta Sevilla, donde seguían sin aparecer los argumentos de antaño. La situación se le tornaba complicada, hasta que el viernes pasado en Madrid, apareció el toro Rociero, de Jandilla, un ejemplar de clase descomunal, para permitirle acortar plazos y volver a soñar. En el toreo de hoy en el que la técnica está tan ligada al arrojo y a la expresión, apenas hay espacio para las idas y venidas a riesgo de padecer duros reveses. ¡El que descansa, paga!