La 'Araña infernal' y los silbatos protagonizan un disparo de lo más original

La Inteligencia Artificial podría hacer magia y liberarnos del suplicio que vamos a vivir los próximos meses con la constitución (o no) del gobierno de ... la nación (o lo que, entre unos y otros, dejen de ella). Serán días que oscilarán entre lo espeso y lo esperpéntico. Todo teatralizado y no poco disparatado. Y será, hay que tenerlo claro, una consecuencia directa de lo que decidimos votar el 23 de julio. Un resultado electoral que dejó, sobre el tablero político, un complejo jeroglífico que recuerda la inquietante realidad irreal de las obras de Maurits Cornelis Escher. Acertijos visuales y odas al desquicio en los que observamos escaleras que suben y al tiempo bajan y que te dirigen hacia la nada. Como la política actual: un lugar donde lo que pesa poco, pesa mucho, y al contrario; donde los ganadores son perdedores y viceversa.

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La complejidad del panorama político no estalló, en cualquier caso, el día en el que Alberto Núñez Feijóo se quedó lejos de la meta anhelada, Pedro Sánchez se proclamó vencedor de unas elecciones que no ganó y los analistas y estadistas erramos estrepitosamente con los pronósticos. La convulsión comenzó en realidad cuando, tras las elecciones municipales y autonómicas, un inesperado -por lo contundente- tsunami azul se llevó por delante a casi todos los barones socialistas y sembró la conmoción en la izquierda. Eso y el olfato maquiavélico de Sánchez, sirvió para facilitar su resurrección semanas después. Algo que hizo que el estado de shock fuera de ida y vuelta; y que los populares y sus veranos azules fueran engullidos por la confusión y, los que se veían fuera de la Moncloa, entraran en éxtasis y azuzaran la arrogancia.

Esa foto fija de la situación política nacional, en la que todo es un revoltijo de gozos, sombras y dilemas, tiene sus efectos directos en la Comunitat. En buena parte porque, lo que ocurrió aquí -el fin del Botánico-, activó la reacción de lo que después pasó en el conjunto de España -la movilización de la izquierda-. Por eso, la presión que ya de por sí tenía Carlos Mazón por el simple hecho de arrebatarle el Palau de la Generalitat a Ximo Puig para gobernar con Vox, pasó a ser mucho mayor. E hizo que su arranque de legislatura se hiciera con una oposición, que debía estar hundida, totalmente acelerada. Tanto que al presidente de la Generalitat le urge, cien días después de ser ungido por las urnas, arrancar al ciento por ciento su Consell y dejar claro hacia dónde va y, sobre todo, a qué velocidad.

Mazón parece tener ya casi todas las piezas del puzzle de su gobierno. Le ha costado, porque le ha tocado hacer equilibrios a la hora de colocar a los suyos -compromisos incluidos- y porque a sus socios -a Vox- se les ha hecho bola cubrir las vacantes para sus áreas de gestión. Que José María Ángel, secretario autonómico de Seguridad y Emergencias con el PSPV, tuviera que estar al frente este verano de la alerta de incendios o inundaciones, podría ser comprensible y lógico por las fechas del cambio de gobierno y lo delicado del área; pero me temo que la realidad es más tozuda. Y es que costó encontrar un recambio a la altura de las obligaciones de una de las piezas clave de la Generalitat. De hecho, el mismo criterio hubiese sido válido para Educación, porque el nuevo equipo de Conselleria se constituyó cuando las bases del nuevo curso estaban ya lanzadas. No pasó, y lo cierto es que la vuelta al cole está marcada por una deficiente gestión en la adjudicación de plazas, los cambios de última hora en las asignaturas o la propia polémica del uso del valenciano que, junto a los de Santiago Abascal, fue el propio conseller José Antonio Rovira quien se encargó de airear.

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El jefe del Consell tiene listo su organigrama. Ahora le urge batallar en varios frentes para activar su puesta en marcha. Primero, dando solidez y solvencia a un equipo al que no conoce bien -consellers y, sobre todo, segundo escalafón- y que está por encajar. No hay tiempo que perder ni para la bisoñez. Segundo, dejando claro a sus socios de Gobierno -impredecibles- que, por encima de todo, deben asumir que forman parte de un Consell que trabaja por el interés general de todos los valencianos, no sólo de sus votantes. Tercero, esquivar e intuir las no pocas minas que le han dejado los que ahora están en la oposición. Caja vacía y colosal deuda incluidas.

Los ex botánicos van a desatar una ofensiva absoluta. Lo harán porque, como leones heridos, continúan pensando que su derrota fue injusta: más un castigo hacia quien ahora permanece pavoneándose en la Moncloa que a ellos. Trabajar con ese asedio se hará cuanto menos correoso. Más, si tenemos presente que todo lo que nos ocurra va a estar íntimamente ligado a lo que acontezca estas semanas en Madrid, a donde, por desgracia, todo hace pensar que seguiremos siendo absolutamente invisibles. Lo que suceda con la Moncloa marcará el futuro de nuestra tierra. Es fácil intuir qué gobierno nos podría beneficiar más. También es fácil deducir que a Mazón le puede venir bien, en medio de tanta presión, tener en frente un Sánchez resistiendo en su poltrona al que empaquetar buena parte de nuestros males. De momento, ya le apremia a aprobar el convenio del Júcar-Vinalopó. Comienza la fiesta.

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Es domingo, 10 de septiembre. Y mientras aquí seguimos empeñados en levantar fronteras entre nosotros, la naturaleza, de pronto, nos pone en el sitio y nos da un enorme y dramático zarpazo. Los más de mil muertos en Marrakech son una sacudida que debemos sentir como nuestra.

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