La ambición desmedida e insaciable y el abuso de poder es, en el terreno de la política, uno de los más frecuentes caminos de perdición. Lo es siempre para sus víctimas y a menudo lo es también para los propios ambiciosos, enfrascados en sus ... mecanismos de imposición y control. La profesora, historiadora y columnista Anne Applebaum (Washington, 1964; premio Pulitzer 2004), analiza las nuevas formas del autoritarismo en su ensayo 'Autocracia S. A. Los dictadores que quieren gobernar el mundo'. (Debate, 2024).

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Mussolini, Hitler, Stalin, Lenin, Franco... Los autócratas modernos difieren en muchos aspectos de sus predecesores del siglo XX, afirma Applebaum. «Sin embargo -matiza la historiadora- los herederos, sucesores e imitadores de esos líderes y pensadores anteriores, por muy variadas que sean sus ideologías, tienen un enemigo común: nosotros».

¿Nosotros? ¿Quiénes somos 'nosotros'?, puede preguntar más de un lector. Applebaum lo precisa muy bien: «Ese enemigo es el mundo democrático: Occidente, la OTAN, la Unión Europea, los adversarios democráticos de su propio país y las ideas liberales que los inspiran a todos». Esas ideas son básicas y esenciales en las democracias. Todos lo sabemos, aunque algunos miren ahora hacia otro lado.

Enumera la ensayista las columnas principales que sostienen el edificio de unas democracias dignas de tal nombre: la ley es una fuerza neutral, no sujeta a los caprichos de la política; los tribunales y jueces deben ser independientes; toda oposición política es legítima; es posible garantizar los derechos de expresión y reunión; puede y debe haber periodistas, escritores y pensadores independientes capaces de ser críticos con el partido o dirigente gobernante, y a la vez, continuar siendo leales al Estado.

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«Los autócratas odian estos principios porque amenazan su poder», asegura con firmeza Applebaum. «Si los jueces y jurados son independientes, pueden pedir cuentas a los gobernantes. Si existe una prensa verdaderamente libre, los periodistas pueden destapar robos y corrupción de alto nivel. Si el sistema político autoriza a los ciudadanos a influir en el gobierno, estos podrían acabar cambiando el régimen».

La hostilidad de los nuevos dictadores hacia el mundo democrático no es solo una forma de competencia geopolítica. «Oyen ese lenguaje proveniente del mundo democrático, lo oyen en boca de sus disidentes nacionales, e intentan destruirlos a ambos. Su propia retórica lo deja claro (...) Esa es la raíz del problema: los líderes de Autocracia S. A. saben que el lenguaje de la transparencia, la rendición de cuentas, la justicia y la democracia, siempre atraerá a algunos de sus ciudadanos. Para mantenerse en el poder deben sabotear esas ideas, dondequiera que estén».

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El tercer capítulo de 'Autocracia S. A.' es importante. Su título: 'El control del relato'. ¡Ay, el relato! Tal vez sea elegida en 2025 como la palabra del año. Algunos sentimos un creciente rechazo hacia ese concepto y, paralelamente, una gran nostalgia por los relatos literarios a la clásica usanza. Me refiero a los de autores como Chejov, Capote, Kafka, Borges, Cortázar, Hemingway, Pérez Galdós, Valle Inclán, Vicente Blasco Ibáñez... ¡Esos sí que eran relatos! Más clarificador aún es el título del séptimo capítulo del libro: 'Desprestigiar a los demócratas'. Duele escribir esas cuatro palabras.

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