La ciudad no cuenta su pasado, lo contiene en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras...» (Italo Calvino, 1923-1985).
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Tres intensos artistas valencianos recuerdan sus vivencias en ciudades en las que tuvieron ... largas estancias. Viajar enriquece nuestra mirada.
«1965. Después de estudiar en el Instituto Alemán de Valencia durante tres años, se pensó en la posibilidad de enviarme tres meses a Zúrich para practicar el alemán. Era mi primera salida al extranjero. Lo primero que me llamó la atención fue su limpieza urbana, cada cosa tenía su sitio asignado. Yo vivía en una casa con jardín en el que habían figuras de gnomos portando carretillas destinadas a plantar flores de temporada. ¡Ni una sola flor hubiera cometido el error de salirse de su sitio! Lo mismo sucedía con las casas colindantes. Conforme iba conociendo la ciudad, más me impresionaba su exactitud, y no lo digo por los relojes, que también, sino porque daba la impresión de que todo funcionaba al milímetro, según lo previsto. Recuerdo un salón de té de tres plantas, situado en el centro. Había un piano y un señor tocaba melodías relajantes que se escuchaban perfectamente en todo el edificio, junto a un ligero tintineo de las cucharillas de las tazas del té. Ni un murmullo, ni una tosecita inoportuna, como sucede en los conciertos... ¡Nada! Al segundo mes de estancia empecé a necesitar con urgencia algo feo que contrastara con tanta belleza y perfección. Empecé a fijarme en las vacas que había en los prados ¡y eran guapas! Pestañas largas y párpados marrón oscuro les proporcionaban una mirada penetrante. Terminé frente al espejo poniendo caras raras, estirándome las mejillas, levantándome la nariz, abriendo la boca con la lengua fuera... Mi regreso a Valencia me salvó de una situación que empezaba a ser peligrosa». (Isabel Oliver, Valencia, 1946, el pasado día 25 inauguró en el Museu Aguilera Cerni de Vilafamés).
«Estuve becado en Roma y allí todo me fascinaba, todo era extraordinario, desde tomar un vino apoyado en el muro del siglo II de una cantina a levitar con Borromini... Y perdí el control, como dijo Espronceda: 'Tanta belleza espanta'. Después descubrí que Roma era más como la retrata Sorrentino. Nueva York hay que vivirla, es una sobredosis de energía diaria que te lleva a otro nivel. Tuve la suerte de estudiar en la Cooper Union University en el corazón de Manhathan y convivir con reconocidos artistas. Pero la ciudad que más me ha seducido es Shanghái, sus contrastes son fascinantes, su cultura es inabarcable y son punteros en tecnología. ¡Es el futuro! Me identifico con muchas ideas del budismo y allí puedes experimentarlo, sentirlo». (Juan Olivares, Catarroja 1973, expone actualmente en el CCCC).
«Estambul. Entre dos continentes. Me pareció fascinante la idea de establecerme allí durante 9 meses. Un choque de cultura difícil de asimilar después de haber estado dos meses en Chicago. Dos ciudades completamente distintas. En Estambul hice mi erasmus, a orillas del Bósforo en la Mimar Sinan Fine Arts University. Un universo de diferencias abrumadoras que enriquecieron mi visión y mi sentir. ¿Viviría en Chicago? Una temporada me encantaría. ¿Viviría en Estambul? No, pero me gustaría volver a la ciudad y recobrar memorias». (Constanza Soriano, Valencia 1982, ganadora del XLIV Salón de Otoño del Ateneo Mercantil).
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