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Como insulto destinado a descalabrar la nuca del prójimo, lo de «mala persona» sospechamos que tiene escaso recorrido. Tildar a alguien de «mala persona», y ... encima con la boquita pequeña, suena a disparo infantil proyectado en el patio de un colegio de monjas que lucen piel de venerable pergamino. En realidad, Yolanda Díaz, con su cruzada de jornada laboral menguante, busca un hueco en el espacio de nuestra corrala política porque su futuro, cuando lleguen elecciones, pinta muy mal. Doña Yolanda es un pez que boquea en la orilla buscando oxígeno, cariño, cacho y titulares. Necesita actuar con trompetería para que le prestemos atención.
Entre doña Yolanda y el ministro de economía Cuerpo, esa posible mala persona según la vicepresidenta, preferimos al ministro. Parece un tipo serio y le avala un currículum impresionante, justo lo contrario de doña Yolanda, con toda su vida dedicada al sindicalismo y a los cargos, sin mayores estudios ni provechos. Ella, siempre en el lado ultrabermellón de la vida, observando los acontecimientos desde su prisma sectario y soltando soflamas basadas en su breve entendimiento. Si, además, para ir en plan fuerte va y lanza un insulto tan feble contra un compañero de gobierno con ese tontiloco «mala persona», esto indica que la izquierdista anda despistada, confusa, difusa, y propina pedradas de baja intensidad que se vuelven en su contra. Por otra lado, nunca he sido capaz de descubrir qué es una mala persona y, en cambio, qué es una buena persona. No me fío. Conozco mendas de supuestas bondades que, en realidad, son bichos asquerosos, sólo que saben disimular. Y también sé de presuntos malas personas que, en realidad, son gentes que van a su aire sin aporrear al prójimo con tabarras espantosas. Y a un ministro sólo le pido que sea eficiente. Lo de buena o mala persona me importa un rábano.
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